martes, 22 de febrero de 2022

"Afganistán, Quo vadis?", por Luis Edel Abreu Veranes

Afganistán, Quo vadis?, por MCs. Luis Edel Abreu Veranes. Departamento de Historia. Universidad de La Habana


(Foto: Telam)

De los convulsos años setenta

Con una centralidad geográfica en el continente asiático se levanta el territorio de Afganistán que históricamente se ha convertido en corredor e intersticio civilizatorio entre imperios persas, indostánicos y pueblos que fluyen desde el norte, algunos de ellos turcófonos, que han marcado y modelado la síntesis étnica que hoy integra ese heterogéneo país centroasiático. Afganistán, en la actualidad con una población de más de treinta millones de habitantes, lo integra un conglomerado multiétnico cuyo grupo predominante son los pastunes seguido por los tayicos, hazaras y uzbecos. También existen etnias minoritarias como los baluches, turkomanos, nuristani, brahui entre otros que tienen menor peso demográfico y que se distribuyen por todo el país caracterizado por una diversidad topográfica del terreno que, también, ha permeado la identidad de estos pueblos.

Desde el punto de vista lingüístico el pashtu y el dari son las lenguas predominantes y oficiales de la nación, hablados por los grupos étnicos mayoritarios. La primera es una antigua lengua irania cuya escritura es a través de caracteres arábicos modificados y hablada por el pueblo del propio nombre que se encuentra en Afganistán y los grupos que comparten dicha identidad étnica del lado de la frontera de Paquistán. Mientras, el dari es una variante afgana del persa también conocido como farsi y es la lengua de varias de las etnias que integran el país, como los tayicos, los hazaras y otros grupos menores que tienen al dari como su lengua materna. Existen idiomas minoritarios como el hazaragi y el uzbeco y otras de menor peso en el conjunto de la población afgana.

Para tender una conexión directa con el fenómeno talibán en la historia contemporánea de Afganistán, se deben comprender los procesos estremecedores de la historia durante las últimas décadas en dicho país, principalmente aquellos que acaecieron a partir de los años setenta del siglo pasado. En la séptima década del siglo XX Afganistán se encontraba frente a la disyuntiva de la modernización en el contexto del poder monárquico de Zahir Sha, y algunas fuerzas políticas eran depositarias de esas tendencias modernizadoras. Uno de los personajes que representaron el interés por la modernización capitalista del país fue Mohamed Daud, emparentado con la monarquía y que había desempeñado altos cargos públicos durante el gobierno monárquico. Su alianza con sectores del ejército y otras fuerzas políticas de diferente signo ideológico nucleados en torno al movimiento del Club Nacional , le valió el apoyo para protagonizar el golpe de Estado en 1973. Fuerzas progresistas como el Partido Democrático Popular fundado en 1965 por Nur Mahamed Taraki, apoyaron inicialmente el golpe de Daud, cuya proyección modernizadora contrastaba con las fuerzas políticas del antiguo régimen. Al inicio de la gestión de su gobierno, el discurso de Daud estaba permeado de ideas relacionadas con un “socialismo afgano” o “socialismo nacional” que eran el reflejo del impacto internacional de dicho sistema en algunos sectores sociales de orientación progresista en Afganistán. En el poder este régimen experimentó un curso de empantanamiento, relacionado con la proyección moderada de algunos de sus aliados y del complejo panorama etno-religioso en el país de Asia Central, por el camino se fue orientando hacia un desenlace cada vez más conservador que abandonó aquella fraseología inicial y algunas de las medidas más progresistas fueron abandonadas, quedaron en el tintero o no se aplicaron de la forma correcta. Por su parte, el Partido Democrático Popular, de orientación marxista, había alcanzado gran arraigo en determinados sectores del ejército por su origen humilde, o porque algunos habían estudiado en la Unión Soviética, o ya sea por la misma labor del partido en este sector. Lo cierto era que para el año 1978 la gestión de Daud se proyectaba hacia una política represiva que desencadenó lo que se conoce como Revolución de Abril, un movimiento que condujo a los comunistas a la toma del poder, a través de un golpe de Estado al gobierno de Daud.

Aplicar el socialismo en tierra afgana y tomar medidas progresistas como la reforma agraria representaba, no solo enfrentar al gran terrateniente feudal, como pudiera pensarse desde una concepción tradicional del marxismo. Existían en Afganistán muchos pequeños intereses y tradiciones tribales que podían interpretar como una intromisión cualquier transformación promovida desde el poder central, aunque fueran medidas socialmente progresistas. Además, debe tenerse en cuenta que el partido de orientación marxista que tomó el poder en la nación centroasiática era una organización dividida en tendencias desde su propio origen, aunque estas divisiones se habían zanjado, en buena medida, con la maduración de los acontecimientos que condujeron a la Revolución de abril de 1978, coincidente con el mes de saur de 1357, según el calendario islámico, cuando el Partido Democrático Popular de Afganistán llegó al poder.

A partir de ese momento se reunió el Consejo Revolucionario que eligió a Naur Mohamed Taraki como jefe de Estado y Babrak Karmal como vicepresidente, justamente los dos principales líderes de las dos grandes tendencias dentro del Partido Democrático Popular, la Khalq (pueblo) dirigida por Taraki y la Parcham (bandera) dirigida por Karmal. Con este triunfo volvieron a reavivarse los disensos intrapartidistas y ahí desempeñó un papel fundamental Hafizullah Amín, quien ocupó dentro del gobierno el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores y quien habían desempeñado un papel clave en el triunfo de abril. Pero con el Partido Democrático Popular en el poder Amín comenzó a ocupar sectores neurálgicos del Estado afgano mientras, paralelamente, se entregaba a un ejercicio centrífugo al interior de la organización que profundizaría la fractura entre ambas tendencias mencionadas anteriormente. Amín comenzó a exaltar la personalidad de Taraki y al mismo tiempo marginó a Karmal y los miembros de la Parcham. El resultado de todo esto fue la creación de una base de apoyo propia que fue aislando a Taraki, mientras quedaban las transformaciones pendientes en la sociedad afgana. A fines del año 1978 se firmó el “Tratado de Amistad Afgano-soviético” que materializaba la continuidad de un principio de la política rusa con relación a la seguridad de sus fronteras y que se había manifestado desde la Rusia zarista, pero en aquella época con una proyección más agresiva de colonialismo, mientras que después de la Revolución de Octubre se expresaba a través de tratados amistosos. Este convenio explicitaba la necesidad de tomar todas las medidas necesarias para la preservación de la integridad territorial de las dos naciones. No obstante, ya se había iniciado el profundo proceso de desviaciones al interior del partido gobernante y hacia la sociedad afgana que aceleraron el crecimiento de las oposiciones, incluso se hicieron expulsiones de miembros de la tendencia Parcham, acusados de contrarrevolución, por Amín y sus aliados que tenían en sus manos los dispositivos de seguridad del gobierno.

Cuando Taraki fue alertado por otros Estados de los problemas ocurridos y trató de rectificar, fue asesinado por los partidarios de Amín, una vez aislada la tendencia Parcham. Conjuntamente, se puso en práctica un proceso represivo hacia el pueblo afgano que le restó toda credibilidad al gobierno del Partido Democrático Popular, que se había desorientado totalmente de sus principios originarios, transformando la revolución en caos. El gobierno de Amín cayó en crisis en los últimos meses del año 1979 y en diciembre se produjo un levantamiento protagonizado por los sectores descontentos y marginados del propio partido gobernante, dirigidos por Karmal, quienes toman el poder el 27 de diciembre y un día después decidieron pedir apoyo a la Unión Soviética, en base al tratado amistoso firmado un año anterior. Este es el origen de la intervención soviética que no fue solamente militar, también era económica, pero en el terreno castrense estaba encaminada a contener el avance de la oposición antisistémica que comenzó a fortalecerse desde Paquistán con el apoyo de Occidente, convirtiéndose Afganistán en un gran escenario de la Guerra Fría. Para comprender mejor el fenómeno de la oposición hay que tomar en cuenta el contexto regional del Medio Oriente que se articula con el escenario internacional de la Guerra Fría. Muy cerca había triunfado la Revolución Islámica de Irán, derribando al régimen del Sha Reza Palevi.

Afganistán en tiempos de la intervención soviética

Durante la década del setenta habían reemergido con renovada fuerza a nivel regional las tendencias islamistas que veían en el Islam político una meta a seguir, en tiempos en que el nacionalismo laico había declinado, fundamentalmente después de la muerte del antiguo presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser, máximo líder nacionalista en la región. El laicismo cedió paso a las tendencias islamistas y el reflejo más concreto era el triunfo de una Revolución Islámica en Irán. En Afganistán con un gobierno sostenido con el apoyo e intervención Soviética, la oposición reforzó su carácter islámico y ese aumento y fortalecimiento de las bases confesionales de los partidos islamistas tuvo la estrecha colaboración de Estados Unidos, Arabia Saudita y también Paquistán que, desde su lado de la frontera, sostuvo en su terreno un punto de relanzamiento de la insurgencia yihadista islámica hacia Afganistán, principalmente desde la zona de Peshawar , donde creció una gran comunidad de refugiados afganos y al mismo tiempo polo de atracción del yihadismo internacional, no solo el afgano, con un concepto de Guerra Santa que, en esta ocasión, estaba marcado ideológicamente por la Guerra Fría y el antisovietismo frente a la intervención de la URSS.

La insurgencia islamista antisoviética conocida como el movimiento de los muyahidines estaba integrado por un racimo de organizaciones islámicas como las que dirigieron Gulboddin Hekmatyar y Burhanuddin Rabbani, quienes tenían diferente formación pero guardaban en común ese carácter islámico e insurgente que le imprimieron a sus organizaciones, al igual que otras que fueron alimentando ese espíritu y práctica de confrontación frente al enemigo comunista, desde la formación que recibían los estudiantes del Islam en las madrasas de Peshawar, con una preparación militar incluida, en campos de entrenamiento, para enfrentar al enemigo ocupante del territorio afgano. Además, un escenario imbuido de ese contenido integrista y fundamentalista de la formación islámica que recibían estos estudiantes, cuya interpretación de la sharia se proyectaba como el modelo a seguir por aquellos musulmanes que querían revivir el Islam en su carácter originario, con una fuerte influencia salafista de inspiración wahabita en cuanto a la interpretación de todos los fenómenos humanos y sociales. Peshawar era una región con una gran población de pastunes, el grupo étnico predominante en Afganistán, por tanto, esa cosmovisión estaba muy permeada del pashtunwali, código tribal de este grupo étnico. En el terreno militar desarrollaron una guerra irregular en forma de guerrillas cuyos avances y retrocesos muchas veces estaban determinados por la presencia mayor o menor del ejército soviético que apoyaba a las fuerzas afganas en las diferentes regiones.

El Afganistán que presidió Babrak Karmal entre los años 1979 y 1986, apoyado por los soviéticos, trató de crear un equilibrio de poder que integrara a otras fuerzas políticas, propias del mundo tradicional afgano, incorporar minorías étnicas en el gobierno y otras herramientas institucionales que tenían la intención de robustecer las bases populares del gobierno, pero el incremento de los dispositivos militares ocupó las mayores energías del gobierno de Karmal por el tema fronterizo y la resistencia opositora islámica.

En el segundo lustro de la década de los ochenta ocurrieron cambios internacionales que nuevamente determinaron en la modificación del contexto afgano, llegó al poder Mijail Gorbachev en la Unión Soviética. Esto condujo a una nueva estrategia hacia Afganistán encaminada al retiro de las tropas de los soviéticos. Esta situación la tuvo que enfrentar principalmente el gobierno de Mujamad Najibullah, antiguo jefe de la policía secreta de Karmal, quien encabezó el gobierno afgano durante el período del colapso socialista, entre 1986 y 1992. Najibullah trató de sostener su gobierno con un grupo de transformaciones que marcaron un curso democrático y multipartidista, la elaboración de una nueva Carta Magna y otras medidas que no resistieron frente a la fragilidad de un Estado en guerra, sostenido por una intervención extranjera. La Unión Soviética tomó el curso de las negociaciones para la salida del escenario afgano. En el año 1988 se realizaron negociaciones internacionales entre Afganistán y Paquistán con el apoyo de la URSS y de los Estados Unidos, que tuvieron lugar durante el mes de abril en Ginebra. Este ejercicio diplomático fue la antesala directa de la retirada de las tropas soviéticas, que ocurrió definitivamente en el año 1989, una década después de su entrada en territorio afgano.

¿Cómo surgió el Talibán?

Después de la retirada soviética Afganistán siguió estando en guerra, el país no había sido pacificado y continuó desarrollándose el conflicto a nivel interno, incluyendo la incursión desde Paquistán. En los años del colapso de la URSS, se mantuvo hasta el año 1991 el apoyo logístico y armamentista al gobierno de Najibullah y occidente sostuvo su drenaje de recursos hacia la oposición de los muyahidines, aunque en menor cuantía. La caída definitiva de la URSS a finales del año 1991, constituyó al mismo tiempo la antesala de la caída del gobierno afgano. En primer lugar, los comandantes insurgentes en Afganistán no habían aceptado negociar con el gobierno y por otro lado, cuando entró el año 1992, el gobierno de Najibullah ya era una caricatura, algunos de sus miembros con altos cargos en el Estado, la policía y el ejército habían pasado a integrar diversas facciones insurgentes. A partir de este momento se reflejó como nunca la fragilidad de las alianzas entre las diversas facciones, partidos, guerrillas y tribus insurgentes. Varias coaliciones se abalanzaron por el control de la capital Kabul, mientras en el interior del país los llamados señores de la guerra reprodujeron un proceso centrífugo encaminado a la obtención de mayores niveles de autonomía frente al poder central.

Entre los meses de marzo y abril de 1992 se desmoronó finalmente el gobierno de Najibullah y entraron en escena las diversas facciones contendientes que pugnaron por el control de Kabul. El general Abdul Rashid Dostom con su milicia uzbeca hizo una alianza con otros generales y se unieron al general Massud que estaba al mando de una fuerza militar integrada en su mayoría por tayicos. Por otro lado, algunos miembros del gobierno de Najibullah se incorporaron a otras facciones insurgentes como la encabezada por Hekmatyar, el líder partidista. Otra de las facciones contendientes era una coalición de partidos islámicos que formaron un Consejo de yihad, al cual Hekmatyar no se incorporó, dirigido por el profesor Mojadiddi. Este último grupo hizo alianza con Massud y sus generales aliados y entraron triunfales a Kabul a finales de abril del propio año 1992, quienes nombrarían un gobierno provisional presidido por Burhanuddin Rabbani quien, además, era un tayico lo cual contrastaba con el tradicional predominio en el poder de la etnia más numerosa, los pastunes. En esa espiral de alianzas relámpagos de consensos muy frágiles, se convirtió a partir de entonces Kabul en nido de confrontación entre los muyahidines. Mientras, en el interior del país el caos venía de la mano de los jefes y comandantes locales que tenían un arraigo tribal y regional. La violencia en Afganistán tenía esa doble dimensión, la lucha por el poder central en Kabul por parte de los Muyahidines y sus aliados, y a su vez, la guerra en el interior del país por el control de los poderes regionales y locales, muchas veces tribal o étnicamente condicionados.

La época del “gobierno” de los muyahidines fue el momento inmediato anterior a la creación del fenómeno Talibán, que surgió dentro de ese contexto de violencia política y etno-tribal que se vivió en Afganistán entre los años 1992 y 1994. Los muyahidines no lograron madurar un gobierno central en Kabul con capacidad para gobernar y controlar el país. Todo esto consumió a la nación en confrontaciones civiles que desgastaron cualquier posibilidad de un gobierno muyahidín. Estos se desmoralizaron en el curso violento de los acontecimientos que parecía no tener fin. En el Afganistán previo al surgimiento talibán, el país se encontraba al borde del abismo y la desintegración. El gobierno de Rabbani solo había podido lograr el control de Kabul y sus alrededores, así como un corredor hacia el nordeste del país. Un grupo de provincias que se encontraban en la región oeste estaba controlado por Ismael Khan, quien operaba desde Herat. Paralelamente, la región pastún que colindaba con Paquistán se encontraba bajo un gobierno colegiado de un consejo de muyahidines, que tenía su centro de irradiación de poder en Jalalabad. Otra región pequeña estaba controlada por Gulbuddin Hekmatyar en el sur y este de Kabul. A su vez encontramos al señor uzbeco Rashid Dostum en el norte controlando seis provincias, quien se había desvinculado del gobierno de Rabbani y Massud y había realizado una nueva alianza, pero esta vez con Hekmatyar. En el centro del país, Bamiyan era controlada por los hazaras, mientras el sur y Kandahar estaban en manos de un conjunto de señores de la guerra de poca importancia política que se entregaban al saqueo y el caos.

De toda esa violencia surgió el Talibán en 1994 en el sur de Afganistán en la zona de Kandahar, dirigidos por el mulá Mohamed Omar quien nucleó los esfuerzos de antiguos estudiantes de las madrasas de Peshawar y ex muyahidines, quienes descontentos con la situación caótica generada, que les había impedido continuar sus estudios, crearon esta nueva organización bautizada con el nombre que los vinculaba con su condición de estudiantes islámicos, cuyo conocimiento era impartido por un mulá. Los talibanes empezaron a enfrentarse a los excesos de los señores de la guerra en Kandahar y pronto se convertirían en una fuerza operativa capaz de sacar de grandes apuros a la población agredida en diferentes disputas de carácter local, mientras, se plantea que el mulá Omar no exigía ninguna remuneración económica a las personas salvadas, solamente que lo apoyaran en el objetivo de establecer el verdadero Islam, libre de las desviaciones de los señores de la guerra y los muyahidines.

Entre los años 1994 y 1996 ocurrió el escalonado triunfo en el interior del país de los talibanes, hasta su llegada a la capital, proceso no exento de retrocesos y de riesgos en su enfrentamiento a los principales rivales, fundamentalmente los de la región norte. Paulatinamente los talibanes fueron ocupando las grandes ciudades del interior del país, con el apoyo de Paquistán y Arabia Saudita, como Kandahar, Herat y Jalalabad. Aunque su éxito inicial no se debía al apoyo foráneo, que fue más bien una consecuencia del avance inicial que mostraron los talibanes, controlando rutas estratégicas del contrabando entre Kandahar y Paquistán. Los talibanes crearon un sistema único de peaje, unificando el anterior rompecabezas fiscal que perjudicaba a las mafias del contrabando entre los dos países, miles de jóvenes, muchos de ellos estudiantes de las madrasas paquistaníes se fueron incorporando a la novedosa organización, que para el cierre del año 1994 contaba un número superior a los 10 000 talibanes. El Talibán aplicó rigurosamente la sharia, desarmó a la población y reabrieron el país al contrabando. Los años 1995 y 1996 fueron los del itinerario talibán rumbo a Kabul consolidando sus victorias en la mayor parte de la nación centroasiática, fueron campañas mucho más accidentadas que aquellas que inicialmente habían desplegado contra los pequeños jefes del sur, ocupando estos territorios relativamente fáciles. En el norte se encontraban los grandes señores de la guerra y en la capital se mantenía la hostilidad del gobierno de Rabbani y Massud enfrentados con diferentes actores como la coalición dirigida por Hekmatyar. Los talibanes tuvieron que desarrollar duras campañas para poder ocupar sectores urbanos claves como Herat y la capital Kabul. En el mes de septiembre de 1995 cayó la antigua ciudad de Herat en manos de los talibanes, esta victoria les abrió las puertas del control del occidente del país. A partir de ese momento los talibanes se sintieron en mejores condiciones para atacar Kabul, aunque tuvieron que replegarse en varias ocasiones frente a las fuerzas de Massud que habían sido muy efectivas en la contención de los hazaras, las tropas de Hekmatyar y los propios talibanes.

Desde el punto de vista internacional, las potencias de la región como Irán, Rusia, y la India miraban con agrado el régimen de Kabul de Rabbani y Massud, temerosos del radicalismo de los talibanes. A Irán le preocupaba la población chiita del país, mientras Rusia dirigía su enfoque hacia la seguridad de sus fronteras con las repúblicas centroasiáticas e India por el hecho de que Paquistán apoyaba a los talibanes. Entre las alianzas internacionales fueron las de Paquistán y Arabia Saudí las más comprometidas con la causa Pashtuna y fundamentalista, y que mostraron resultados más efectivos, en este caso los talibanes se vieron coronados por un éxito al que también contribuyeron estas dos naciones con su apoyo logístico e infraestructura. Para el año 1996 parecían hacerse claramente visibles dos grandes fuerzas enfrentadas, la del gobierno de Rabbani con su jefe de defensa Massud, que había desplegado una activa labor diplomática para aunar a diferentes señores de la guerra y todos los sectores antitalibanes posibles, y por otro lado habían tenido éxito en repeler la entrada de los talibanes a Kabul. Paralelamente, estaba la novel organización fundamentalista con el apoyo saudita y paquistaní que avanzaba y dominaba varias regiones del país al mismo tiempo y se encontraba a las puertas de la capital para el verano del 1996. Hacia fines del mes de agosto e inicios del mes de septiembre del propio año, los talibanes tomaron la ciudad oriental de Jalalabad que le permitió el dominio de toda la región del oriente y abrir un corredor desde esa zona hacia Kabul. Cuando terminaba el mes de septiembre finalmente los talibanes lograron fracturar la defensa de Massud y sus tropas, que terminaron por replegarse y salieron de la capital. Mientras, los talibanes ahorcaron de la forma más sangrienta al expresidente Najibullah, quien había estado en el poder hasta 1992. Dicho acto generó gran repulsión en la comunidad internacional.

¡Talibanes al poder!

Entre los años 1996 y 2001 Afganistán fue testigo del gobierno talibán. Se realizaron duras campañas en dirección al norte del país donde estaba la resistencia antitalibana alrededor del depuesto gobierno Rabbani y Massud y sus generales aliados, la Alianza del Norte que posteriormente tomaría el nombre de Frente Unido. El norte tenía una importancia económica para el país debido a sus industrias mineras y recursos agrícolas, por tanto, los talibanes no iban a renunciar fácilmente a esa región a pesar de las advertencias internacionales. En ese sentido, aquella añorada paz que había motivado la creación del Talibán, en su génesis, se vería truncada durante todo su gobierno.

Algunas regiones del norte cayeron también en manos de los talibanes debido a la traición de los generales del señor uzbeco Rashid Dostum, quien terminó huyendo del país ante la exótica alianza talibana-uzbeca contra Dostum en 1997, sin que ello representara una cuota de poder o autonomía otorgada por el gobierno talibán, no obstante posteriormente Dostum regresaría y denunciaría las matanzas étnicas desarrolladas por Malik el general traicionero contra los talibanes en las provincias del norte, controladas por el alto oficial uzbeco insubordinado. El Frente Unido les asestó importantes derrotas militares a los talibanes en la región norte y en el propio Kabul durante el año 1997. La resistencia de Rabbani y Massud estaba apoyada por Irán y por Rusia y las repúblicas centroasiáticas, pero su principal vulnerabilidad estaba en las divisiones etno-tribales entre tayicos, uzbecos y hazaras. Con frecuencia el enfrentamiento civil entre los talibanes y la resistencia en el norte adquiría un carácter muy enconado y de limpieza étnica entre los pastunes talibanes y los otros grupos etno-tribales, y en ocasiones de tipo etno-confesional cuando involucraba a los hazaras, minoría chiita del país, quienes fueron también objeto del cerco y la represión de los talibanes. Esta era una guerra que no solo adquirió ese enfoque de resistencia antitalibán, sino que estaba atomizada a su interior por razones locales y tribales, una guerra civil en dos niveles o dos dimensiones diferentes.

El despliegue de matanzas interétnicas y de los talibanes hacia los otros sectores de la resistencia y el cerco a la región de los hazaras, el Hazarajat, fueron denunciados y rechazados por las Naciones Unidas. Se creó una situación muy delicada para los organismos que desempeñaban una función humanitaria en este país del Hindu Kush entre los años 1997 y 1998. El problema humanitario se volvía más crítico hacia las mujeres que no tenían posibilidad ni siquiera de una atención médica debido a la aplicación estricta de la sharia por parte de los talibanes. Ante la negativa talibana de moderación, se produjo una estampida de organizaciones humanitarias en el verano de 1998, incluyendo los organismos pertenecientes a Naciones Unidas, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que después creó una situación más crónica de desabastecimiento de productos básicos como agua y alimentos. En agosto de 1998 volvieron los talibanes a realizar una campaña hacia el norte, que provocó la derrota de Dostum, la captura de su cuartel general en Shibarghan , provocando su segunda salida, en esta ocasión a Uzbekistán y luego a Turquía. Las campañas militares de los talibanes y sus victorias en tierras no pashtunas por lo general iban acompañadas de matanzas indiscriminadas. La violencia étnica se hacía presente una y otra vez en el escenario afgano, independientemente del gobierno de turno.

El terrorismo trasnacional de Osama Bin Laden había tomado como sede a Afganistán. En 1998 se realizaron dos grandes atentados a embajadas americanas en África, en este caso Kenya y Tanzania que tuvieron un saldo de cientos de muertos, el terrorista Saudí había formado parte de ese polo de atracción del yihadismo internacional en los tiempos de la oposición soviética afgana desde Paquistán, pero en su caso había derivado hacia prácticas terroristas a nivel internacional con un profundo contenido antioccidental, promovidas por su organización Al-Qaeda. Los talibanes fueron objeto continuado de las denuncias de occidente y de los Estados Unidos en particular, no solo por los actos cometidos por su gobierno dentro de la escena afgana, sino por su protección a Bin Laden, la potencia norteña realizó ataques directos a los supuestos campos de entrenamiento de Al-Qaeda en Afganistán.

Los desmanes del gobierno talibán de 1996 a 2001, incluyó la destrucción de parte del patrimonio cultural universal de Afganistán, como el caso particular de los budas de Bamiyan, que habían resistido alrededor de mil quinientos años de historia afgana en territorio habitado por los hazaras, y el cerco a la región tensó la cuerda de las relaciones diplomáticas entre Paquistán e Irán, por el apoyo del primero a los talibanes contra los hazaras, la principal población chiita del país centroasiático. Para finales de la década de los noventa el único gran líder opositor visible era Massud, después de la toma de la región de los uzbecos y la ofensiva contra los hazaras, con la única posibilidad real de resistencia y de avance frente a los talibanes, en medio de la presión internacional de Naciones Unidas y de los Estados Unidos. Cuando se inició el siglo XXI los Estados Unidos habían logrado identificar en buena medida a su nuevo enemigo. El año 2001 estuvo saturado de acontecimientos que contribuyeron a la política bélica del gobierno norteamericano después de los ataques del 11 de septiembre. Desde la lógica de la Casa Blanca la postura del gobierno talibán iba hacia un callejón sin salida de cualquier reconciliación con el mundo occidental. La situación humanitaria se hacía cada vez más aguda, el ataque a los organismos internacionales y la aplicación extrema de la sharia parecían enfrentar a dos visiones fundamentalistas del mundo. No obstante, los resultados de las catástrofes climática, humanitaria, económica y política que asolaba al país centroasiático tenían a la población afgana como su principal víctima, y las sanciones internacionales conducían a un atolladero en relación a la pobreza estructural profundizada por el caos de décadas de conflicto y la fragmentación del país.

La intervención norteamericana. Un epílogo de veinte años de guerra

Después del 11 de septiembre Estados Unidos puso su mirada inmediatamente sobre la red de terrorismo trasnacional al-Qaeda dirigida por Osama Bin Laden, que había tomado como sede al Afganistán de los talibanes, quienes habían creado un Emirato en la nación bajo el gobierno del mulá Mohamed Omar. La aspiración de destruir al-Qaeda combinada con ambiciones geopolíticas en un área estratégica marcada por la presencia de países con un grado de ascenso en la arena internacional, que no siempre cohabitaban con los intereses norteamericanos, se colocaron en la agenda inmediata de la Casa Blanca. Esta situación condujo a la aventura de Estados Unidos en Afganistán desde el año 2001 amparada, a su vez, en el contexto de hegemonía global que todavía disfrutaba el país norteño después del colapso socialista, comenzaba de esa forma la Guerra contra el Terrorismo.

Más allá de la intervención inicial de Estados Unidos, con el paso del tiempo la misión sufrió una especie de mimetismo bélico con el objetivo de lograr una transferencia de las funciones interventoras a las propias fuerzas armadas afganas entrenadas por el ocupante, pasando por una transición intermedia de dominio del Consejo de Seguridad o de la OTAN sobre los destinos del conflicto bélico, aunque la Casa Blanca desempeñara un papel determinante en todo sentido. En la medida en que transcurrieron los acontecimientos la aplicación y preservación en el tiempo de esta herramienta se vio poco favorecida por el desarrollo de una insurgencia alimentada por el drenaje de las propias fuerzas del ejército perteneciente al gobierno afgano que, en no pocas ocasiones, se vería envuelto en escándalos de corrupción y otros procesos, que aumentaban el descrédito de un poder sostenido por una fuerza de ocupación. La Fuerza Aérea de Afganistán fue una de las principales variables en la construcción del esquema americano para la “afganización” de la intervención norteamericana. Si nos ubicamos en el mismo punto medio de la guerra en Afganistán encontramos, en el año 2011, más de cuarenta países que formaban parte de la coalición de la OTAN en la nación centroasiática. En la medida en que se fue incrementando la destrucción humana y material como resultado de la guerra, el gobierno norteamericano se vio cada vez más en una posición muy delicada que fue objeto de debate durante las distintas administraciones frente a la disyuntiva de una posible retirada, principalmente desde la administración de Barack Obama y se experimentó de manera más visible en el terreno de operaciones desde el año 2014. Sin embargo, esa trasferencia de poder al gobierno afgano sostenido por el interventor reflejó grandes grietas en los últimos años cuando ya un por ciento considerable del territorio de Afganistán estaba bajo control o en disputa con los talibanes, lo que reflejaba el fracaso de la estrategia norteamericana.

La guerra profundizó todas las grietas estructurales y sociales del país. Los Estados Unidos se vieron obligados a realizar gastos multimillonarios en reconstrucción como resultado de la devastación material y el aumento de la violencia, las víctimas civiles como resultado de atentados y otros fenómenos sociales y económicos como el incremento del cultivo de plantas adormideras y producción de droga en el país. Con la llegada de Joe Biden al poder se reafirmó el compromiso de la retirada definitiva de las tropas norteamericanas, proceso que se transformó en una relampagueante estampida en el verano del presente año 2021, que algunos analistas han planteado como un resurgir del síndrome de Viet Nam. El abandono de armamento moderno por parte de las tropas salientes contribuyó a la consolidación del avance de los talibanes, proceso que estaba en curso desde que el país estaba bajo la ocupación norteamericana. En la actualidad la comunidad internacional aboga por una moderación de la política del nuevo gobierno talibán, que se fundamenta en la necesidad de reconstruir el país y para esto se deberá contar con el apoyo de aquellas naciones que tienen determinados intereses como China y Rusia, pero también Paquistán, la India, Irán y otros. La nueva época de los talibanes parece abrirse con ese interés y el nuevo gobierno, exclusivamente talibán, ha mostrado cierta laxitud hacia el exterior de su comportamiento fundamentalista, por lo menos en apariencias, que conecta con la necesidad de borrar la huella de la guerra de un país destruido por veinte años de intervención y más de cuarenta años de conflictos, en términos generales. No obstante, se debe comprender que la variable que completa la ecuación pacificadora está dentro del país y en la capacidad de los talibanes de una mayor permeabilidad frente al heterogéneo corpus identitario y tejidos tradicionales en la nación de los Jardines de Babur.

Afganistán se ha comportado como un sismógrafo de las relaciones internacionales en el Asia Central que, en diferentes épocas desde la Guerra Fría hasta la Guerra contra el terrorismo, ha colocado al país centroasiático en la mira de los grandes actores internacionales. Su posición estratégica hace a este país del Hindu Kush de un valor incalculable para las grandes naciones que quieren consolidarse en la región. Al interior de Afganistán se ha mantenido como una continuidad estructural el predominio de los tejidos etno-tribales cuyas tradiciones consuetudinarias se combinan con las religiosas del islam sunita predominante y chiita en minoría que, unido a la huella geográfica y su abrupta marca civilizatoria, han configurado históricamente el heterogéneo rompecabezas étnico y nacional de Afganistán. El desarrollo de cuarenta años de guerra y en especial los últimos veinte de intervención norteamericana han definido los rasgos históricos contemporáneos de una insurgencia que se ha construido sobre los muros identitarios de un islam fundamentalista realimentado paulatinamente según los requerimientos del momento histórico. Frecuentemente dicha insurgencia ha adquirido un sello de resistencia frente a la fuerza de ocupación, combinado con una violencia extrema al interior del suelo afgano que refleja, en no pocas ocasiones, las fracturas de una sociedad tribal y étnicamente dividida que parece haber quedado estancada en el tiempo, debido a la guerra, en la fusión de sus elementos esenciales que le impriman un empaste nacional definitivo.

Anexos

Gráfico 1: Número de tropas estadounidenses en el período 2002-2020.


Fuente: Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) , 2021. Tomado de Colectivo de Autores. La retirada estadounidense de Afganistán. El síndrome de la derrota en Viet Nam.

Gráfico 2: Costos presupuestarios en miles de millones de dólares en la guerra en Afganistán 2001-2021.

 


 Fuente: Elaboración de los autores de “La retirada estadounidense de Afganistán. El síndrome de la derrota en Viet Nam”. con datos de Watson Institute (2021).


Bibliografía

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Colectivo de autores. “La retirada estadounidense de Afganistán. El síndrome de la derrota en Viet Nam.” En: http://www.cipi.cu/articulola-retirada-estadounidense-de-afganistán-el-sindrome-de-la-derrota-en-vietnam Consultado el 05/09/2021

Colectivo de autores: Nueva Historia Universal 5. El Mundo en los siglos XX y XXI (1946-2012). Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2020.

Green, Nile (editor): Afganistan´s Islam. From conversion to the Taliban. University of California Press, California, 2017.

Pérez Gavilán, Graciela, Ana Teresa Gutiérrez y Beatriz Nadia Pérez (coordinadoras): La Geopolítica del siglo XXI. Universidad Autónoma Metropolitana, México D.F, 2017.

Sánchez Porro, Reinaldo: Aproximaciones a la historia del Medio Oriente. Editorial Félix Varela. La Habana, 2004.





 

 

 

 

 

 

 

 




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