Tomado de (con autorización y en colaboración): “(1959) Sekou Touré, 'The Political Leader Considered as the Representative of a Culture,'” BlackPast, https://www.blackpast.org/global-african-history/1959-sekou-toure-political-leader-considered-representative-culture/"
"El 2 de octubre de 1958, Ahmed Sékou Touré proclamó la independencia de la República de Guinea y se convirtió en su primer presidente. Un año más tarde, dio un discurso en Conakry, la capital, en el que subrayó el rol de los líderes políticos en reflejar y desarrollar la cultura de sus naciones. Ese discurso aparece a continuación (1).
“Desde
que la cultura no es una entidad ni un fenómeno que esté separado o
sea separable de un pueblo, los líderes políticos que, de manera
libre y democrática, han adquirido la confianza de ese pueblo con
vistas a dirigirlo por el camino que ha elegido son, al mismo tiempo,
la expresión de las aspiraciones de su pueblo y los representantes o
defensores de sus valores culturales.
La cultura de un pueblo está necesariamente determinada por sus condiciones materiales y morales. El hombre y su entorno constituyen un conjunto.
Cada pueblo libre y soberano se encuentra posicionado en condiciones más favorables para la expresión de sus valores culturales que un país colonizado, privado de toda libertad, cuya cultura sufre las nefastas consecuencias de su estado de sujeción. Tanto se trate de un pueblo libre o de un pueblo colonizado, el líder político que verdaderamente sigue siendo la expresión auténtica de su pueblo es aquel cuyo pensamiento, sentido de la existencia, conducta social y objetivos de acción están en perfecta armonía con las características de su pueblo.
Ya sea que tienda, con espíritu conservador, a asegurar el mantenimiento del antiguo equilibrio económico, social y moral, o de una manera revolucionaria, a reemplazar las viejas condiciones por nuevas más favorables al pueblo, el líder político es, por el hecho mismo de la comunión de ideas y acción con su pueblo, el representante de una cultura. Esa cultura puede ser reaccionaria o progresista de acuerdo con la naturaleza de los objetivos establecidos para la acción del movimiento político con los que el pueblo se ha comprometido.
El hombre, antes de convertirse en líder de un grupo, un pueblo o un partido del pueblo, ha hecho inevitablemente una elección entre el pasado y el futuro. De esta manera, representará y defenderá los valores, o bien, sostendrá y dará impulso al desarrollo y al constante enriquecimiento de todos los valores de su pueblo, incluidos los valores culturales, que, por su contenido y su forma, expresarán las realidades de las condiciones de vida del pueblo o la necesidad que el pueblo experimenta o siente de una transformación.
En consecuencia, cualquiera pueda ser el carácter fundamental de una cultura, reaccionario o progresista, el líder político que es libremente elegido por un pueblo, mantiene un vínculo natural entre la acción y la cultura propia de su pueblo, ya que, en cualquier caso, no podría actuar efectivamente sobre el pueblo si dejara de obedecer las reglas y valores que determinan su comportamiento e influyen en su pensamiento (the rules and values which determine their behaviour and influence their thought).
¿Por qué los grandes pensadores del capitalismo no son aceptados por los pueblos que han elegido otras formas de evolución? Los líderes de las democracias populares no podrían representar una cultura en esencia capitalista, por la sencilla razón de que sus pueblos han elegido el sistema socialista.
La cultura árabe es igualmente diferente de la cultura latina por el hecho de que los pueblos árabes y los pueblos latinos obedecen a diferentes pensamientos y reglas de vida (obey different thoughts and different rules of life).
Además
del estado material y técnico en el que un pueblo se encuentra, su
estado mental, filosófico y moral confiere a su cultura una forma de
expresión y un significado que le son propios, con independencia de
la medida en que ejerzan una influencia decisiva en el contexto
cultural general.
Los imperialistas utilizan valores culturales
científicos, técnicos, económicos, literarios y morales con el fin
de mantener su régimen de explotación y opresión. Los pueblos
oprimidos utilizan igualmente valores culturales de una naturaleza
contraria a los primeros con el objeto de realizar mejor el combate
contra el imperialismo y liberarse (extricate) del sistema colonial.
Si el conocimiento científico, las técnicas modernas y la elevación
del pensamiento al nivel de los altos principios humanos para el
perfeccionamiento de la vida social son necesarios para el
enriquecimiento de una cultura, tales no dejan de retener la
capacidad de ser utilizados para propósitos contradictorios.
Es en este punto que el valor cultural de un pueblo debe ser identificado según la contribución (the contributory value) que puede representar en el desarrollo de la civilización universal al establecer entre los seres humanos relaciones concretas de igualdad, solidaridad, unidad y fraternidad.
Así, los verdaderos líderes políticos de África, cuyo pensamiento y actitud tienden a la liberación nacional de sus pueblos, solo pueden ser hombres comprometidos, fundamentalmente comprometidos contra todas las formas y fuerzas de despersonalización de la cultura africana. Representan, por la naturaleza anticolonialista y el contenido nacional de su lucha, los valores culturales de su sociedad movilizados contra la colonización.
Es como representantes de estos valores culturales que ellos lideran la lucha por la descolonización de todas las estructuras de su país.
Pero la descolonización no consiste meramente en liberarse de la presencia de los colonizadores: debe completarse necesariamente con la liberación total del espíritu de los «colonizados», esto quiere decir, de todas las consecuencias nocivas (evil consequences), morales, intelectuales y culturales, del sistema colonial.
La colonización, con el objeto de disfrutar de cierta seguridad, siempre necesita crear y mantener un clima psicológico favorable a su justificación: de ahí la negación de los valores culturales, morales e intelectuales del pueblo sometido; por eso, la lucha por la liberación nacional solo está completa cuando, una vez desenganchado del aparato colonial, el país deviene conciente de los valores negativos deliberadamente inyectados en su vida, pensamiento y tradiciones… con el objeto de extirparlos de las condiciones de su evolución y florecimiento. Esta ciencia de despersonalización de los pueblos colonizados es a veces tan sutil en sus métodos que consigue progresivamente falsificar nuestro comportamiento psíquico natural y devaluar nuestras propias virtudes y cualidades originales con vistas a nuestra asimilación. No es casualidad que el colonialismo francés alcanzara su apogeo en la época de la famosa y ahora desmentida teoría (exploded theory) de la mentalidad «primitiva» y «prelógica» de Lévy-Bruhl. Al modificar ciertas formas de sus manifestaciones, aunque aparentemente trata de adaptarse a la inevitable evolución de los pueblos oprimidos, la colonización nunca ha engendrado, bajo los aspectos más diversos y sutiles, nada más que un complejo de superioridad moral, intelectual y cultural hacia los pueblos colonizados. Y esta política de despersonalización es todavía más exitosa en tanto que la naturaleza del grado de evolución del colonizado y del colonizador es diferente. Está todavía más profundamente arraigada donde la dominación es de larga duración (long-lasting).
En las más variadas formas, el «complejo del colonizado» contamina la evolución y se imprime en nuestros propios reflejos. Así, el uso de gorra y gafas de sol, considerado como un signo de la civilización occidental, da testimonio de esta despersonalización que va en contra de la corriente de nuestra evolución.
Sin embargo, es equivocado pensar que un pueblo, una raza, una cultura posee por sí misma todos los valores morales, espirituales, sociales o intelectuales: creer que la verdad no necesariamente se encuentra en otro lugar que en el propio contexto nacional, racial o cultural es una utopía.
Ya hemos dicho que los descubrimientos humanos, las adquisiciones intelectuales y la expansión del conocimiento no pertenecen exclusivamente a nadie. Tales son el resultado de una suma de descubrimientos, adquisiciones y expansión universales sobre las que ningún pueblo tiene derecho a reivindicar un monopolio.
Los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos no dejaron en las fronteras de sus respectivos países todo lo que adquirieron en el campo intelectual; no tuvieron que reinventar los barcos a vela, las herramientas de hierro ni la pólvora. Los utilizaron para sus propias necesidades antes de que ciertas potencias coloniales pensaran en reclamar su descubrimiento y los derechos de propiedad sobre ellos.
No es porque simbolice la presencia colonial que el gendarme francés de guarnición en Dakar o Argel sea el «propietario» del proceso de liberación del átomo. Y, sin embargo, es de esta forma y por enfoques intelectuales similares que el colonialismo ha establecido el principio de su superioridad.
Nuestros libros de texto en las escuelas coloniales nos enseñan acerca de las guerras de las Galias, la vida de Juana de Arco o Napoleón, la lista de departamentos franceses, los poemas de Lamartine o las obras de Molière, como si África no hubiera tenido historia, pasado, existencia geográfica, vida cultural… Nuestros alumnos solo eran apreciados según su aptitud en esta política de asimilación cultural integral.
El colonialismo, a través de sus diversas manifestaciones, al presumir de haber enseñado a nuestra élite en sus escuelas ciencia, técnica, mecánica y electricidad, logra influir a un número de nuestros intelectuales hasta tal punto que terminan por encontrar en esto la justificación de la dominación colonial. Algunos llegan al extremo de creer que, para adquirir el verdadero conocimiento universal de la ciencia, deben necesariamente ignorar los valores morales, intelectuales y culturales de su propio país con el objeto de someterse y asimilar una cultura que a menudo es ajena para ellos en mil aspectos.
Y, sin embargo, ¿el conocimiento que conduce a la práctica de la cirugía no se enseña de la misma manera en Londres, Praga, Belgrado y Burdeos? ¿el procedimiento para el cálculo del volumen de un cuerpo no es idéntico en Nueva York, Budapest y Berlín? ¿el principio de Arquímedes no es el mismo en China y en Holanda? No existe la química rusa o la química japonesa, solo existe la química pura y simple.
La ciencia que resulta de todo conocimiento universal no tiene nacionalidad. Los ridículos conflictos que se desatan acerca del origen de este o aquel descubrimiento no nos interesan, porque no agregan nada al valor del descubrimiento.
Pero, por mucho que lo disimule, el colonialismo delata sus intenciones en la organización y naturaleza de la educación que pretende dispensar en nombre de no sé qué humanismo. Lo cierto es que, para empezar, tuvo que satisfacer sus necesidades de personal subalterno, oficinistas, contables, mecanógrafos, mensajeros, etc. El carácter elemental de la educación dispensada da testimonio con suficiente elocuencia del objetivo en vista, pues la potencia colonial tuvo mucho cuidado, por ejemplo, de no establecer verdaderas escuelas de administración para jóvenes africanos que pudieran haber formado a genuinos ejecutivos, o de enseñar la verdadera historia de África, etcétera.
¿Qué habría sucedido después de la Independencia de Guinea si no hubiéramos creado, durante la Ley Marco, nuestra propia escuela administrativa? La vida administrativa de la República de Guinea nos habría planteado, a nivel gubernamental, una multitud de problemas que sólo hubierámos podido resolver de manera empírica.
Esta determinación de mantener a las poblaciones en un constante estado de inferioridad marca tanto los programas como la naturaleza de la educación colonial. Se deseaba que el maestro africano fuera y siguiera siendo un maestro de inferior calidad, con el objeto de mantener la calidad de la enseñanza en África en un nivel inferior. En contraste, se obstaculizó el acceso de funcionarios africanos a puestos de alto rango a través de la insistencia en la equivalencia de diplomas. Esta distracción fue tan bien manejada que algunos de nuestros camaradas sindicalistas, aunque anticolonialistas, pelearon furiosamente por estos problemas de la equivalencia del valor de los pergaminos en lugar de atacar directamente las razones fundamentales de esta política de engaños (policy of hocus-pocus).
¡Maestros especiales, médicos especiales! Lo que el sistema colonial necesitaba eran hombres para producir, hombres para crear, obreros, leñadores en el Congo Central o Costa de Marfil, campesinos en Sudán o Dahomey, etcétera. Los colonos del África Occidental Francesa y del África Ecuatorial Francesa, las poderosas compañías coloniales del Congo Belga y Rodesia, no se habrían instalado en África si no hubiera sido por la riqueza de su suelo y sus hombres, considerados como un instrumento para explotar esa riqueza. Y fue para resistir las grandes plagas endémicas que amenazaban el equilibrio cuantitativo de la población al reducir la mano de obra, que la potencia colonial creó el cuerpo de médicos africanos, con la determinación de convertirlos en un cuerpo subordinado, de «trabajadores médicos».
Así, en el plano del puro conocimiento, en el plano del conocimiento universal, la educación dispensada en África fue deliberadamente inferior y se limitaba a aquellas disciplinas que permitirían una mejor explotación de la población. Además, la educación primaria y secundaria estaba constantemente dirigida hacia la despersonalización y la dependencia cultural (constantly directed towards depersonalization and cultural dependence).
Debemos denunciar ese falso sentimentalismo que consiste en creernos en deuda con la contribución de una cultura impuesta en detrimento de la nuestra. El problema debe ser abordado objetivamente. ¿Cuántos de nuestros jóvenes estudiantes, incluso sin darse cuenta, juzgan la cultura africana evaluándola (by assesing) de acuerdo con la jerarquía de valores establecida en este ámbito por la cultura de la potencia colonial?
El valor de una cultura solo puede ser evaluada en relación con su influencia en el desarrollo de la conducta social. La cultura es la forma en que una sociedad dada dirige y utiliza sus recursos intelectuales (resources of thought).
Marx y Gandhi no han contribuido menos al progreso de la humanidad que Víctor Hugo o Pasteur.
Pero mientras estábamos aprendiendo a apreciar esa cultura y a conocer los nombres de sus más eminentes intérpretes, perdíamos gradualmente las nociones tradicionales de nuestra propia cultura y el recuerdo de aquellos que la habían hecho brillar. ¿Cuántos de nuestros jóvenes escolares, capaces de citar a Bossuet, ignoran la vida de El Hadj Omar? ¿Cuántos intelectuales africanos se han privado inconscientemente de la riqueza de nuestra cultura tanto como para asimilar los conceptos filosóficos de un Descartes o un Bergson?
Mientras argumentemos solamente a la luz de esta adquisición externa, mientras sigamos juzgando y tomando nuestras decisiones de acuerdo con los valores de la cultura colonial, no seremos descolonizados y no lograremos dar a nuestros pensamientos y acciones de un contenido nacional, es decir, un lugar de utilidad al servicio de nuestra sociedad. Es muy cierto que toda cultura digna de ese nombre debe ser capaz de dar y recibir; solo podemos considerar las culturas foráneas como una contribución necesaria al enriquecimiento de la nuestra.
El entorno determina lo individual; por eso el campesino en nuestras aldeas tiene características más auténticamente africanas que el abogado o el médico de las grandes ciudades. De hecho, el primero, que conserva más o menos intacta su personalidad y la naturaleza de su cultura, es más sensible a las verdaderas necesidades de África.
No hay ninguna acusación que formular contra el intelectualismo, pero es importante demostrar la despersonalización del intelectual africano, una despersonalización de la que nadie puede responsabilizarlo, porque es el precio que el sistema colonial demanda para enseñarle el conocimiento universal que lo habilita para ser ingeniero, médico, arquitecto o contador. Es por eso que, la descolonización a nivel individual debe operar con mayor profundidad en quienes han sido formados por el sistema colonial.
Es en relación con esta descolonización que el intelectual africano brindará una ayuda eficaz e invaluable a África. Cuanto más comprenda la necesidad de liberarse intelectualmente del complejo del colonizado, mejor descubrirá nuestras virtudes originales y mejor servirá a la causa africana.
Nuestros incesantes esfuerzos se dirigirán a encontrar nuestras propias vías (ways) de desarrollo si deseamos que nuestra emancipación y nuestra evolución se produzcan sin que nuestra personalidad sea modificada por ello. Cada vez que adoptemos una solución auténticamente africana, en su naturaleza y en su concepción, resolveremos nuestros problemas fácilmente, porque todos aquellos que tomen parte los participantes no se desorientarán ni se sorprenderán por lo que tienen que lograr; comprenderán sin dificultad la manera en que deben trabajar, actuar y pensar. Nuestras cualidades específicas se aprovecharán al máximo y, a la larga, aceleraremos nuestra evolución histórica.
Cuántos jóvenes, varones y mujeres, han perdido el gusto por nuestras danzas tradicionales y el valor cultural de nuestras canciones populares; todos se han transformado en entusiastas del tango, el vals o de algún cantante con encanto o realismo (some singer of charm or realism).
Esta inconsciencia de nuestros valores característicos inevitablemente nos conduce al aislamiento de nuestro propio entorno social, cuyas más mínimas cualidades humanas se nos escapan. De esta forma, terminamos por ignorar el verdadero significado de las cosas que nos rodean, nuestro propio significado.
Por el contrario, los campesinos y artesanos africanos no fueron de ninguna manera enrevesados (complicated) por el sistema colonial, cuya cultura, hábitos y valores desconocen.
Es necesario enfatizar que, a pesar de su buena voluntad, su disciplina y su fidelidad al ideal de la libertad y la democracia, a pesar de su fe en el destino de su país, los colonizados que han sido educados por el colonizador tienen su pensamiento más contaminado por la impronta colonial que las masas rurales que han evolucionado en su contexto original.
África es esencialmente una región (a country) de gobierno comunitario. La vida colectiva y la solidaridad social dotan a sus costumbres de una fuente de humanismo que muchos pueblos podrían envidiar. Es también por estas cualidades humanas que un ser humano en África no puede concebir la organización de su vida fuera de la familia, la aldea o la sociedad de clan. La voz de los pueblos africanos no tiene características, ni nombre, ni timbre individual. Pero en los círculos que han sido contaminados por el espíritu de los colonizadores, ¿quién no ha observado el avance del egoísmo personal?
¿Quién no ha escuchado la defensa de la teoría del arte por el arte, la teoría de la poesía por la poesía, la teoría del “sálvese quien pueda” (of every man for himself)?
Mientras que nuestros artistas anónimos son la maravilla del mundo, y por todas partes somos consultados por nuestras danzas, nuestra música, nuestras canciones, nuestras estatuillas, para que su significado profundo pueda ser mejor conocido, algunos de nuestros jóvenes intelectuales piensan que basta con conocer a Prévert, Rimbaud, Picasso o Renoir para cultivarse y estar habilitado para llevar nuestra cultura, nuestro arte y nuestra personalidad al plano más elevado. Estas personas solo aprecian las apariencias de las cosas, solo juzgan a través de sus complejos y mentalidad de «colonizados». Para ellos, nuestras canciones populares solo tienen valor en la medida en que se integran armoniosamente en los estilos occidentales, ajenos a su significado social.
¡Nuestros pintores! Les gustaría que sean más clásicos; ¡nuestras máscaras y estatuillas!, que sean puramente estéticos; sin darse cuenta de que el arte africano es esencialmente utilitario y social.
Mecanizados y reducidos a cierta forma restrictiva de pensamiento, habituados a juzgar a la luz de valores que no se les ha permitido determinar por sí mismos, educados para apreciar de acuerdo con el espíritu, el pensamiento, las condiciones y la voluntad del sistema colonial, quedan estupefactos cada vez que denunciamos el carácter nefasto de su comportamiento. Pero si se interrogaran a sí mismos, no a la luz de su conocimiento teórico del mundo, sino alcanzando la autoconciencia, acerca de los verdaderos valores de su pueblo y de su madre-patria (motherland) (3), si se preguntaran qué aporta su conducta a toda África orientada hacia sus objetivos de liberación y progreso, de paz y dignidad, ellos juzgarían y apreciarían nuestros problemas.
No se dan cuenta de que la más mínima de nuestras manifestaciones artísticas originales representa una participación activa en la vida de nuestro pueblo. Se distancian de la cultura del pueblo, del arte de la vida real.
En todo hay forma y sustancia, y lo que es primordial en el arte africano es su contenido efectivo y vivo, el profundo pensamiento que lo anima y lo hace útil a la sociedad.
Intelectuales o artistas, pensadores o investigadores, sus capacidades no tienen valor a menos que concuerden realmente con la vida del pueblo, a menos que estén integrados de manera fundamental con la acción, el pensamiento y las aspiraciones de las poblaciones.
Si se aíslan de su propio entorno por su mentalidad especial de colonizado, no podrán tener influencia, no serán de ningún valor para la acción revolucionaria que las poblaciones africanas han emprendido para liberarse del colonialismo; serán parias (outcasts) y extranjeros en su propio país.
Esta descolonización intelectual, esta descolonización de pensamientos y conceptos puede parecer infinitamente difícil. Existe, en efecto, una suma de hábitos adquiridos, de conducta descontrolada, una forma de vida, una manera de pensar, la combinación de los cuales constituye una suerte de segunda naturaleza que ciertamente parece haber destruido la personalidad original del colonizado.
No son los enfoques intelectuales, ni siquiera una labor sostenida y paciente de readaptación de la voluntad, lo que logrará el propósito. Bastará con la reintegración en el entorno social, un retorno a África a través de la práctica diaria de la vida africana a fin de readaptarse a sus valores básicos, sus actividades propias, su mentalidad especial.
El funcionario, que convive constantemente entre otros funcionarios, no abandonará sus malos hábitos coloniales, pues representan una práctica diaria para él mismo y para los círculos en los que vive. No logrará definirse en relación con la revolución africana; continuará definiéndose en relación consigo mismo como un funcionario que vive en círculos administrativos. Habrá reducido sus objetivos humanos únicamente a una carrera administrativa.
El artista que está orgullosamente convencido de que es suficiente para él con “ser conocido” para poder expresar (in order to) la personalidad africana en sus obras, seguirá siendo una inteligencia colonizada, una inteligencia esclavizada por el pensamiento colonial.
Tomemos el ejemplo de los ballets de nuestro camarada Keita Fodeiba, que durante varios años han estado de gira por el mundo para revelar, a través de ese modo de expresión tradicional que es la danza africana, los valores culturales, morales e intelectuales de nuestra sociedad. Y sin embargo, no fue en la Ópera de París ni en la Ópera de Viena donde estos artistas se iniciaron. Su iniciación coreográfica simplemente comienza desde su educación auténticamente africana y de la conciencia nacional de nuestros valores artísticos. La compañía es una compañía anónima en la que no hay primera ni segunda estrella. Los cantantes solo conocen las canciones populares de África tal como las aprendieron en su aldea lejana. El valor de la compañía de nuestro camarada Keita Fodeiba es su autenticidad, y habrá hecho más para revelar los valores sociales y coreográficos de África que todas las obras de inspiración colonial que se han escrito sobre este tema. Y esto porque ningún autor ha sido capaz o ha comprendido como interpretar el significado interno de la danza, que en África forma parte de la vida social e intelectual del pueblo.
No es suficiente con escribir un himno revolucionario para participar en la revolución africana; es necesario actuar en la revolución con el pueblo; con el pueblo y los himnos surgirán por su propia voluntad (and the himns will come of their own accord).
Para ejercer una acción auténtica, es necesario ser uno mismo una parte viva de África y su pensamiento, un elemento de esa energía popular que se moviliza totalmente por la liberación, el progreso y la felicidad de África. No hay lugar fuera de este combate, ni para el artista ni para el intelectual, que no esté comprometido y totalmente movilizado con el pueblo en la gran lucha de África y de la humanidad que sufre.
El hombre de África, ayer todavía marcado por la indignidad (unworthiness) de otros, todavía excluido de las empresas universales, alejado de un mundo que lo había inferiorizado a través de la práctica de la dominación, este hombre, privado de todo, sin patria en su propio país, sentado desnudo y empobrecido sobre su propia riqueza, está repentinamente re-emergiendo en el mundo para reclamar la plenitud de sus derechos humanos y una participación plena en la vida universal.
Esta actitud no deja de ir en desmedro de la imagen caricaturizada que la conquista colonial había proyectado aquí y allá respecto del hombre negro, condenado, según ellos, a una incapacidad congénita. No es el menor de los errores de ciertas civilizaciones encerrarse en consideraciones egocéntricas al juzgar lo que les es ajeno y que no puede satisfacer sus criterios especiales ni su tradición histórica, ni corresponder a su jerarquía de valores convencionales.
Es una responsabilidad muy pesada la que cargan las civilizaciones conquistadoras (civilizations of conquest) que orientaron sus fuerzas hacia la destrucción de sociedades humanas cuyos valores no tenían la capacidad ni el poder de apreciar objetivamente. Contemplando las ruinas de esta destrucción, el mundo del pensamiento y el mundo de la investigación están hoy en comunión en el mismo y ansioso esfuerzo para tratar de arrebatar de las civilizaciones destruidas el secreto de los valores desconocidos que les permitieron desarrollarse según un proceso intelectual, cuyo conocimiento universal se ha perdido para siempre.
El crimen de Fernando Cortés al torturar al último mperador de los aztecas parece menos la fechoría de un hombre que un irremediable error por parte de las civilizaciones conquistadoras.
Al juzgar a la luz de su propio entorno, al determinar de acuerdo con los valores de su propia cultura, las civilizaciones conquistadoras, lejos de fomentar el desarrollo de valores humanos, han reducido las posibilidades de expresión de los mismos y, deliberadamente, los han sometido parcialmente a una explotación feroz y una opresión generalizada.
Pero el reino de la fuerza y la posesión fraudulenta está, de ahí en adelante, condenado al desastre, ya que no existe ninguna influencia externa, ninguna presión extranjera que pueda doblegar a un pueblo a las leyes del despojo y la dominación. En el lento progreso del universo humano, sancionado en proporción al desarrollo de la conciencia universal, la fuerza bruta y la influencia ilegítima se sitúan cada vez más al margen de los valores positivos del hombre.
África, que sólo ayer era todavía el juguete y presa de apetitos sin límite, testigo mudo de la lenta degradación de las mentalidades sociales más nobles, está hoy totalmente comprometida en el camino de su libertad, su dignidad y su rehabilitación completa. Ayer dominada, pero no derrotada (conquered), África está decidida a enviar su especial mensaje al mundo y a contribuir al universo humano el fruto de sus experiencias, el conjunto de sus recursos intelectuales y las enseñanzas de su propia cultura.
La personalidad moral de África, durante mucho tiempo negada mediante las interpretaciones más fantásticas y las falsificaciones históricas más groseras, apenas precede a la manifestación creciente de la personalidad africana, que las fuerzas de la conquista y la dominación ya no pueden reducir impunemente.
El negro, sea cual sea su lugar de asilo, sea cual sea su región natal, finalmente se ha liberado del peso de una ficticia inferioridad infligida sobre él por la dominación, desde el momento en que reapareció en su plena y completa autenticidad, legítimamente orgulloso de la capacidad de reclamar el control sobre su destino y la completa responsabilidad de su historia.
En verdad, no puede existir confusión entre la aparente sumisión de los pueblos africanos y su profunda determinación de escapar de la despersonalización. «Someterse para salvarse», «aceptar para sobrevivir», esa ha sido la dura filosofía del negro arrebatado de sus orígenes o privado de su libre albedrío.
Ninguna maldición habrá pesado tan duramente sobre un pueblo como aquella nacida de una coalición de razas e intereses para lograr, en la misma empresa, la esclavización o la destrucción, la explotación o la ruina.
Pero el dominio del hombre, creciendo y extendiéndose más allá de los límites del mundo, no podía tolerar esos patrimonios cerrados (enclosed estates) que las naciones feudales se apropiaron bajo el signo de la fuerza: el hombre de hoy requiere de toda la tierra, una solidaridad total y una participación plena en sus obras y empresas. En parte por necesidad y en parte por determinación consciente, el hombre está procediendo a eliminar las herejías individualistas y racistas de las que el mundo negro habrá sido la última víctima trágica.
Las puertas del futuro no se abrirán ante unos pocos privilegiados ni ante un pueblo elegido entre los pueblos, pero ellas cederán al empuje combinado de pueblos y razas cuando los esfuerzos de todos los pueblos aliados por la necesidad de una fraternidad universal, se unan y se complementen unos con otros.
Por muy cercano que este momento pueda estar, y por muy poderosas que sean las esperanzas humanas de un futuro fructífero e ilimitado, la reconciliación universal no podrá devenir efectiva hasta que los pueblos excluidos hayan logrado su total independencia, ejercido su completa dignidad y asegurado su total florecimiento. Para reunir sus requerimientos y no abdicar a ninguna de sus responsabilidades humanas, África recurre incansablemente a sus propias fuentes para perfeccionar su autenticidad y enriquecer la savia nutritiva de la que ha surgido a lo largo de los oscuros milenios de la historia.
Armonizando los recursos de su pensamiento con las implacables leyes de un mundo guiado y dirigido por las necesidades de un constante desarrollo, recurriendo a las duras disciplinas del conocimiento concreto tanto como a su propia riqueza moral y espiritual, el negro se compromete a mantener intactos los valores y la perspectiva (outlook) de una cultura original que ha sobrevivido a todas las vicisitudes extremas que han marcado su destino. Es tan superfluo indagar en lo que pudo o no haber sido bueno como intentar determinar las oportunidades perdidas o desaprovechadas. Solo el error, analizado objetivamente de acuerdo con sus causas y efectos, trae a la mente un constante enriquecimiento y otorga al hombre el logro positivo de la experimentación.
La cultura negra, preservada de cualquier alteración profunda, fluye hacia la vida universal, no como un elemento antagónico, sino con el anhelo de ser un factor de equilibrio, un poder de paz, una fuerza de solidaridad en favor de una nueva civilización que superará las grandes esperanzas de la humanidad y se forjará en contacto con todas las corrientes del pensamiento.
El futuro no puede concebirse como una reiteración del pasado ni como un campo cerrado reservado únicamente a aquellas sociedades humanas iniciadas secretamente o privilegiadas arbitrariamente.
El futuro será la suma de culturas y civilizaciones que no miden su contribución especial ni negocian sus valores singulares. Para alcanzar estas cumbres sucesivas no es excesivo que cada uno junte sus esfuerzos a los de los otros, que aporte al mundo sus recursos intelectuales y su conocimiento científico y técnico, pues no hay pueblo ni nación que pueda avanzar y crecer si no es con y por las otras. Cualquier doctrina de aislamiento cultural o celularización, ya sea por motivos de orgullosa superioridad o de un inaceptable egoísmo grupal, oculta un error fatal como consecuencia del cual la partícula aislada sucumbirá.
Sin siquiera desear responder al desafío antinatural del ideal racista, que insolentemente reclama aprovechar sólo para sí la savia y los frutos del mundo, el negro está convencido de que su mera presencia le da derecho (entitles) a una participación plena y completa en las obras humanas, no como un elemento desnaturalizado o superado, sino en el carácter de un nuevo poder, una fuerza intelectual sin explotar cuyas potencialidades son relevantes para las empresas universales del progreso, la justicia y la solidaridad humana.
En el ámbito del pensamiento, el hombre puede reclamar ser el cerebro del mundo, pero en el plano de la vida concreta, donde cada intervención afecta al ser físico y espiritual, el mundo es siempre el cerebro del hombre, pues es en ese nivel donde se encuentran la totalidad de los poderes y unidades del pensamiento, las fuerzas dinámicas del desarrollo y la perfección; es allí donde opera la fusión de energías y donde, en el largo plazo, se inscribe la suma de los valores intelectuales del hombre. Pero ¿quién puede reclamar excluir a un grupo particular de pensamiento, una forma particular de pensamiento o a una particular familia humana sin, por este hecho, ponerse más allá de los límites de la vida universal?
El derecho a la existencia se extiende a la presencia, la concepción, la expresión y la acción. Cualquier amputación de este derecho fundamental debe considerarse una deuda en la cuenta de la humanidad.
Es, por lo demás, una difícil misión la que se ha impuesto el negro, quien ha elegido ser al mismo tiempo el instrumento intelectual de la rehabilitación de una raza y el mensajero de una cultura desposeída de su derecho a la libre expresión, y cuyo profundo contenido y real significado han sido falsificados por las múltiples interpretaciones que le ha dado el mundo exterior.
Pero esta acción emprendida por los mensajeros de nuestra cultura no puede aislarse del movimiento general para la reconquista de los derechos de expresión y los medios de desarrollo del pueblo de África (4), totalmente movilizado en la lucha por su dignidad y su libertad, del lado de la igualdad de los hombres y los pueblos.
El proceso de participación del negro en los logros universales deriva, en primer lugar, de la personalidad africana, que no puede ser reconstituida válidamente por intermedio de voluntades o fuerzas externas a África, o al margen de los factores de independencia y unidad en los que se basa el destino del mundo negro. Los compromisos culturales que la dominación ha establecido por vía del contacto y de la coacción imponen una completa reconversión al hombre de África para que reaparezcan su auténtica personalidad, todas las posibilidades de sus valores singulares y los medios de utilización de sus recursos humanos.
En la independencia de su joven soberanía, tal es el camino que el pueblo de Guinea ha unánimemente emprendido para la total liberación y la unidad efectiva del pueblo africano a fin de acelerar su marcha hacia el progreso técnico, económico y cultural en una sociedad en perfecto equilibrio social y en un mundo de verdadera civilización humana.”
Notas
1. Agradecemos la autorización de Black Past y el favorecimiento para la divulgación de este material de relevancia. En: “(1959) Sekou Touré, 'The Political Leader Considered as the Representative of a Culture,'” BlackPast, https://www.blackpast.org/global-african-history/1959-sekou-toure-political-leader-considered-representative-culture/.
2. Fotografía tomada de https://worldhistoryedu.com/life-and-major-accomplishments-of-ahmed-sekou-toure-the-first-president-of-guinea/
3. La diferencia entre patria, homeland, motherland y fatherland puede ser interesante. En MCIS, Language Solutions, https://www.mcislanguages.com/, se plantea que “Hubo un período en que el término fatherland fue usado en inglés. Surgida en el siglo XIII, la palabra es anterior a “motherland” que empezó a usarse en el siglo XVI. Derivada de la palabra latina “patria”, “fatherland” implica herencia, tradición, gobierno y orden, mientras que “motherland” sugiere crianza (nurture) y lugar de nacimiento. Mientras la imagen masculina del país exige patriotismo y lealtad, la femenina evoca un sentido de pertenencia y amor”, consideración ligada, como es visible, a una mirada patriarcal. Tomado de “Fatherland vs. Motherland – What Is the Gender of Your Country?”, en https://www.mcislanguages.com/mcis-blog. La IA de Google nos dice en relación a esto que hablar de “madre-patria” “enfatiza el aspecto emocional y de crianza” mientras que “patria” se refiere al lugar de origen o donde se nació.
4. Es aquí interesante que la IA traduzca estos apartados donde aparece la expresión “the people of” de diferentes formas según el caso. En plural en el caso africano, refiriéndose a “los pueblos” de África, cuando no lo hace así para otras regiones como “América” o “el Continente Americano”, donde traduce en singular “pueblo”, o en el caso de “Asia” donde traduce “la gente de Asia”. Vista el 20-8-2025.
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