viernes, 23 de febrero de 2024

Rusia en Asia, de Alfred Rieber (2018, traducción)

 


"Rusia en Asia", de Alfred J. Rieber1, Department of History, Central European University

Traducción: Ramiro de Altube (UNR)

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https://doi.org/10.1093/acrefore/9780190277727.013.269

Published online: 26 February 2018

Resumen

A lo largo de la historia de Rusia, observadores nacionales y extranjeros han intentado definir las similitudes y diferencias entre Rusia y Asia, combinando geografías simbólicas y físicas, a menudo como un corolario de la relación de Rusia con Europa. Tanto los conceptos como las líneas fronterizas cambiaron a medida que el Estado ruso se expandía a partir del siglo XV en adelante, desde una base territorial pequeña en el sur y este del Alto Volga hasta incorporar territorios habitados por pueblos asiáticos. La conquista fue acompañada por patrones desiguales de colonización, intentos erráticos de conversión a la ortodoxia y rusificación. Estos procesos variaron en los encuentros (encounters) con diferentes poblaciones y paisajes a lo largo de cuatro principales fronteras, el Pre-Volga y Siberia, la Estepa Póntica, Transcaucasia y Trans Caspia. En 1914 el Imperio ruso era un Estado multinacional que no había resuelto los problemas fundamentales de su autopercepción como una civilización ni la estabilidad de su dominio.

Palabras clave: geografía, conquista, colonización, conversión religiosa, identidad cultural, imperialismo, Orientalismo, rusificación, fronteras


Límites y fronteras

Desde que los escritores griegos y romanos fijaron el límite que separa a Europa y Asia en el río Don, la idea de una delimitación clara entre los dos continentes ha demostrado ser más simbólica que real. Observadores occidentales y rusos llegaron a infundirle un significado cultural (además de geográfico) que fue la razón principal de la importancia que le concedieron. Trazado originalmente para incluir las colonias griegas en la costa norte del Mar Negro y aceptado en Europa durante mil años, el límite del Don ignoraba las migraciones periódicas de los nómades asiáticos y, como fue el caso con los magiares y los cumanos, los asentamientos en la llanura danubiana. Se incluían dentro de sus límites sucesivamente las tribus eslavas del este, a medida que migraban desde la región de los pantanos de Pripet y los poco-vinculados principados de Kievan Rus. Pero las invasiones mongolas del siglo XIII abrumaron a los rusos, los privaron de su soberanía y los sumieron de nuevo en Asia durante dos siglos.

Una forma de ver la relación de los rusos con Asia a partir de este punto en adelante es verla como una larga lucha para recuperar su soberanía y luego asegurar una identidad europea. Incluso después de que Pedro el Grande abriera la ventana a Europa, la antigua frontera no fue desafiada hasta mediados del siglo XVIII, cuando el historiador ruso V. M. Tatishchev propuso las montañas de los Urales en su lugar. Pero los estadistas europeos, desde Sully hasta Federico el Grande, objetaron. Incluso los rusos continuaron percibiendo la estepa al norte del Mar Negro como asiática en su “barbarie”.1 Sólo después de que Rusia fue admitida en el Concierto de Europa como miembro constituyente en el Congreso de Viena en 1815, las grandes potencias ajustaron la geografía a la política al respaldar a los Urales como el límite con Asia.2 Sin embargo, Metternich2 todavía podría bromear: “Asia comienza en la Landstrasse3”.

La nueva línea de los Urales todavía dejó la mayor parte del territorio del Imperio Ruso fuera de Europa, aunque no, al parecer, a los rusos y ucranianos que se reasentaron allí. El único caso comparable de un país dividido entre dos continentes fue el Imperio Otomano, pero con un giro inverso: una potencia asiática había adquirido territorios en Europa. Los otomanos, como los rusos, habían esperado su turno para ser admitidos en el Concierto Europeo hasta el Tratado de París que puso fin a la Guerra de Crimea en 1856, irónicamente en vísperas del más rápido deterioro de la posición otomana en Europa. La política internacional, en este caso dirigida contra los rusos, nuevamente superó a la geografía.

Del mismo modo que el Don, los Urales nunca sirvieron como una barrera efectiva para el movimiento de los pueblos o la transferencia de culturas. Las zonas principales de tundra, bosque y estepa se extienden sin interrupción en ambos lados de las tierras altas. Se abre una brecha entre el extremo sur de las colinas y el mar Caspio, lo que permite un fácil acceso en ambas direcciones. Los Urales no impidieron ni obstaculizaron las migraciones nómades a través de la brecha, ignorando las sutilezas de los cartógrafos posteriores. Incluso en el lejano norte, tan temprano como en el siglo XIV, “la Roca”, como se los conocía en tiempos antiguos, no desalentaba a las bandas de cazadores de pieles y comerciantes de Novgorod a cruzar regularmente hacia Siberia. Había poblaciones asiáticas sustanciales al oeste de los Urales organizados, después de la disolución del Gran Imperio Mongol, en los kanatos de Kazan, Astracán y Crimea. En los ríos Alto Volga y Kama, se incluían tártaros y baskires que habían aceptado el Islam, y chuvasios, y los maris, los mordvins y udmurtos que seguían siendo animistas. Aunque fueron conquistados en el siglo XVI, las poblaciones de los kanatos de Kazan y Astrakhan nunca fueron totalmente asimiladas, a pesar de los grandes esfuerzos por convertirlos a la Ortodoxia o de rusificar sus prácticas culturales.

El límite sur entre la Rusia europea y Asia plantea el mismo problema de definición que el límite oriental. Después de la conquista del sur del Cáucaso, las montañas caucásicas fueron designadas oficialmente para cumplir esa función. Pero esto dejó a las poblaciones cristianas armenias y georgianas fuera de Europa mientras colocaban a los nogay, los cabardianos y otros pueblos asiáticos dentro de Europa. Justo antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el imperio había conseguido su mayor extensión, la Oficina de Reasentamiento de la Administración Principal de Agricultura y Tierras reveló, sin indicar su profundo significado, una dimensión particular de las relaciones de Rusia con Asia. Oficialmente, el gobierno reconoció dos límites con Asia, uno interno a lo largo de las líneas tradicionales de los Urales y las montañas del Cáucaso y el otro externo fijado por acuerdos internacionales con el Imperio Otomano, el Imperio Persa (Qajar), Afganistán y el Imperio Chino (Qing). Al proporcionar una estadística de los pueblos asiáticos, la misma fuente no incluyó a ningún pueblo caucásico, aunque incluyó una categoría para los tártaros en Siberia y Trans-Caspia.4

Cinco puntos adicionales relacionados con la existencia de los límites internos y externos proporcionan evidencia adicional del carácter distintivo de las relaciones rusas con Asia en comparación con los imperios de ultramar. Primero, debido a que Rusia se expandió a territorios contiguos, el gobierno se enfrentó a la opción de integrar grandes poblaciones asiáticas que practican diferentes religiones y hablan diferentes lenguas en el sistema administrativo-legal metropolitano y en la estructura social (nunca una opción para los imperios de ultramar) o administrarlos como sujetos coloniales. En segundo lugar, al tratar a los nómadas de bosques y estepas que formaban la mayoría de la población asiática subyugada, el gobierno ruso buscó -erráticamente para ser claros- sedentarizarlos y asimilarlos en lugar de encerrarlos, expulsarlos o erradicarlos. Tercero, la expansión envolvió a Rusia en conflictos prolongados con otros imperios asiáticos multiculturales terrestres (otomanos, iraníes (Safavid y Qajar) y chinos (Qing)) que compiten por los mismos territorios disputados en sus respectivas periferias. Cuarto, incluso después de que los tratados internacionales fueron firmados y se fijaron los límites, las tierras fronterizas recién adquiridas permanecieron vulnerables a las influencias transfronterizas de los pueblos del lado opuesto que compartían una identidad étnica o religiosa común. En quinto lugar, la migración masiva y el asentamiento de los pueblos rusos y otros europeos en los territorios asiáticos corrieron paralelamente a una migración concurrente, intermitente, de las poblaciones asiáticas desde el Imperio ruso a los imperios multiculturales vecinos. Estos cinco elementos complicaron inmensamente el proceso de construcción del estado para Rusia al plantear problemas de seguridad externa, estabilidad interna y enfrentamiento de identidades nacionales que no tienen equivalentes exactos en los encuentros de otros estados europeos con Asia. Esto no significa que la experiencia rusa no haya compartido una serie de similitudes con los imperios de ultramar, particularmente en las relaciones de poder a nivel local, como han enfatizado los estudios postcoloniales. Este artículo, sin embargo, hace foco en las diferencias.


Autopercepción

Los encuentros con las poblaciones asiáticas y los esfuerzos para incorporar a quienes fueron conquistados inevitablemente pusieron de relieve la cuestión de cómo los rusos se veían a sí mismos. La autopercepción significaba el mantenimiento de una identidad cultural diferenciada. Con la adopción del Cristianismo de Bizancio en vez de Roma, o las alternativas más extremas del Islam y el Judaísmo, la elección parecía haber sido tomada; sin embargo fue impuesta arbitrariamente desde arriba por la autoridad del príncipe y sólo gradualmente aceptada por las tribus eslavas del este4. Esto los puso en desacuerdo con los pueblos en sus fronteras este y sur, que optaron por el Islam o se mantuvieron paganos, es decir, asiáticos. Sin embargo, la membresía en la gran comunidad cristiana les fue denegada como resultado del Gran Cisma en la Iglesia en 1054, y los subsiguientes fracasos para enmendarlo. Cuando los turcos otomanos conquistaron Constantinopla en 1453, la Rusia moscovita siguió siendo la única comunidad ortodoxa independiente en el mundo, conduciendo a un largo período de alienación cultural del Occidente cristiano (ya fuera católico romano o más tarde protestante). Pero los propios príncipes de Moscú también resistieron categóricamente la tentación de asumir el manto del Emperador Bizantino como la cabeza secular del oikoumene, esto es, el mundo ortodoxo. Cuando en el siglo XVII, los diplomáticos de Moscú argumentaron su caso para el reconocimiento del título de zar por parte de la Santa Sede, no hicieron ninguna referencia al legado bizantino. Su justificación fue la conquista de Kazan, Astracán y Sibir (Siberia). Pero estos “reinos” no eran reconocidos como pertenecientes al sistema europeo y, por lo tanto, no tenían peso en Roma.5 Al mismo tiempo, el kan de Crimea se negó a reconocer el título porque significaba una reivindicación legítima del legado del Imperio Mongol, que el kan negaba a los rusos.

En su búsqueda de una fundamentación única para su soberanía, los zares moscovitas se apropiaron de dos identidades; la bizantina y la mongola, la religiosa y la secular, la europea y la asiática, pero sin ser completamente una o la otra.6 Además, la Iglesia ortodoxa rusa experimentó su propio cisma en el siglo XVII, y los elementos de la cismática del Viejo Creyente (Old Believer5) consideraban al Estado como el instrumento del anticristo. Paradójicamente, denunciaron como foráneo el intento del patriarca Nikon de reintroducir las formas bizantinas originales del ritual y los símbolos mediante la eliminación de las acumulaciones rusas de los siglos anteriores. Así, la iglesia oficial, reconocida por el estado como el instrumento de conversión de los musulmanes y paganos asiáticos en rusos, fue desafiada por una minoría que afirmaba representar el verdadero espíritu ruso de la Ortodoxia. Para apilar ironía sobre ironía, los Viejos Creyentes, que habían huido o habían sido dispersados ​​a las periferias de Moscovia6 y más tarde del Imperio, se convirtieron en el siglo XVIII y principios del XIX en los más enérgicos y efectivos promotores no gubernamentales de la colonización rusa. Sin embargo, ellos no fueron empleados como agentes de conversión; en cambio, fueron expuestos a las a menudo celosas actividades misioneras de la iglesia oficial.

El movimiento gradual desde un concepto de gobierno bizantino a otro europeo occidental se aceleró dramáticamente bajo Pedro I, “el Grande”. Fue quizás adecuado que el momento simbólico inaugural, que señalaba ese cambio, se produjo en la ceremonia de celebración de su victoria sobre los tártaros de Crimea en Azov, en 1696.7 Sin embargo, como veremos, el reinado de Pedro mantuvo un parecido con el modelo autocrático del gobierno mongol, aunque enmascarado por rituales y símbolos de estilo europeo, pero también abrió una nueva puerta a Asia para emparejarla con su “ventana hacia el oeste”. A medida que el Imperio Ruso recién concebido se expandió más profundamente en Asia, los gobernantes, la noble élite y, con la emergencia de un público alfabetizado en el siglo XIX, la intelectualidad (intelligentsia), continuaron batallando con la cuestión de cómo expresar su identidad y configurar sus instituciones en orden, para facilitar la incorporación de una gran variedad de poblaciones culturalmente distintivas, que habían conquistado por la fuerza.

Lo más cerca que estuvieron los rusos de definir al "otro" asiático fue el término inorodtsy. A menudo traducido como “aliens”, su significado literal es “personas de otro origen”. Inicialmente, se aplicó de manera informal, a las tribus siberianas, se convirtió en una categoría legal en 1822, designando a los pueblos no sedentarios (con la excepción de los judíos) y más tarde a la población asentada del Turquestán. A fines del siglo XIX, adquirió connotaciones culturales y políticas mucho más amplias, reflejando el crecimiento del sentimiento nacional ruso dirigido contra todas las nacionalidades en las zonas fronterizas.8

Una imagen diferente de los asiáticos emergió junto con el incremento de la expansión en el Cáucaso y Trans-Caspia durante las Grandes Reformas, cuando fue elaborada por especialistas que trabajaban en instituciones académicas relacionadas con estudios orientales (vostokovedenie), como el Museo Asiático de la Academia de Ciencias, en los departamentos de Estado que trataban con las poblaciones nativas, y en el Departamento Asiático del Ministerio de Relaciones Exteriores. En una atmósfera post-romántica, los estudiosos basaron sus conclusiones en evidencia científica de excavaciones arqueológicas, documentos históricos y análisis lingüístico. Llegaron a la conclusión de que las antiguas y avanzadas civilizaciones asiáticas habían hecho una valiosa contribución a la cultura rusa, en donde la convergencia (sblizhenie) entre Oriente y Occidente era ideal para tener lugar.9 En la década anterior a 1917, su visión positiva de las minorías nacionales asiáticas no recibió la aprobación del gobierno zarista. Pero en la década de 1920, sus puntos de vista fueron revividos y reinterpretados en dos versiones contrastadas: primero en la política bolchevique de la indigenización (korenizatsiia); y segundo, en la teoría del eurasianismo elaborada por un pequeño grupo aislado de investigadores rusos en el exilio. Como política activa, la indigenación pronto perdió terreno bajo Stalin, aunque nunca fue completamente reprimida. El eurasianismo, que parecía haber desaparecido virtualmente de la escena, experimentó un espectacular resurgimiento espectacular en la Rusia post-soviética y hoy ocupa un lugar importante en la propaganda oficial, y en los programas escolares como la disciplina de “Kulturologiia”.10

Sin embargo, bajo el imperio, publicistas, artistas creativos, científicos e incluso algunos funcionarios contribuyeron de diversas formas a una forma rusa de Orientalismo, que en su vertiente más ilustrada privilegiaba la hibridez o el mestizaje (skreshchenie).11 Pero los académicos que no están de acuerdo con esta formulación insisten en que era un mero dispositivo para convencer a los europeos y a ellos mismos de que Rusia era portadora superior de la civilización occidental a través de su comprensión especial de Asia y los asiáticos.12 En cualquier caso, ni los funcionarios rusos ni los intelectuales idearon una ideología coherente que pudiera haber balanceado o suavizado las oleadas periódicas de la rusificación inspiradas en las mentalidades coloniales e impuestas a los pueblos asiáticos del imperio. Lo que es incontrovertible es que el compromiso de los rusos con Asia y los asiáticos afectó profundamente su autopercepción tanto como la apreciación de los occidentales, revelando, en ambos casos, un elemento de ambivalencia cultural.


Conversión y rusificación

Un componente esencial de la autopercepción rusa relacionado a su encuentro con los asiáticos fue la idea de Rusia como una civilización, o lo que hoy podría llamarse una fuerza modernizadora. En ninguna parte fue expresado esto más fuertemente que en dos estrechamente vinculadas campañas culturales del Estado, de conversión y rusificación, enlazadas por la reforma educativa. Como medio de promoción de la unificación de las diversas poblaciones asiáticas conquistadas bajo el dominio imperial, la conversión se aplicó de manera amplia pero no sistemática a través de toda la historia del imperio. Se empleó más activamente en algunos períodos que en otros, incluso alternando con momentos de tolerancia de las religiones no ortodoxas. Como una regla general, los misioneros de la iglesia tuvieron mayor éxito con los pueblos animistas de Siberia, quienes practicaban una forma de chamanismo, que con los nómades de la estepa y los montañeses del Cáucaso quienes habían abrazado el Islam. A partir del siglo XVI, el Islam estaba experimentando un renacimiento en las zonas de frontera asiática. Para el siglo XVIII, la mayoría de los nómadas y los tártaros de Crimea se habían convertido al Islam suní. Compartiendo su fe con el sultán otomano, que era también el Califa de la Umma (o comunidad musulmana mundial), plantearon, a los ojos de los gobernantes rusos, el problema de la doble lealtad. En la gran competencia entre las dos religiones, el Islam estaba mucho mejor equipado que los animistas siberianos y los budistas calmucos para resistir las actividades misioneras de la Iglesia ortodoxa.

Irónicamente, las conquistas rusas crearon un amplio escenario para la difusión de las influencias tártaras musulmanas en la vida económica y cultural de los pueblos no rusos. Los mercaderes tártaros7 que operaban desde Kazan virtualmente dominaban el comercio oriental. El tártaro se convirtió en el lenguaje del comercio e incluso de la administración local, ejerciendo una fuerte influencia en particular sobre los kazajos. Con el resurgimiento del Islam y, especialmente, la actividad de las sectas sufíes, los mulás tártaros entrenados en Kazan o Ufa fueron activos en la difusión del Islam y el establecimiento de escuelas religiosas musulmanas.13 A lo largo del siglo XIX, sucesivas oleadas de apostasía tártara alarmaron a los funcionarios estatales y a los jerarcas eclesiásticos, estimulando una reforma rusa de sus propias prácticas educacionales.14

Una vez que la Iglesia ortodoxa fue forzada, bajo Pedro I, a compartir con temáticas seculares el rol legitimador en el orden imperial, su utilidad declinó como el único instrumento para imponer lealtad y uniformidad entre las poblaciones del imperio recientemente sometidas. Catherine the Great8 extendió un mayor grado de tolerancia a todas las religiones que cualquiera de sus predecesores o sucesores. Su política solo fue erráticamente llevada a cabo por su nieto Alexander I. El curso desigual de la conversión también reflejaba las variadas respuestas de los pueblos conquistados. La conversión superficial y la apostasía fueron problemas recurrentes. Los historiadores han identificado otra forma de reacción como “conversión interna” (inner conversion), es decir, los movimientos de reforma dentro del Islam o el budismo lamaísta que responden a cambios sociales y culturales introducidos por los rusos.15 Por ejemplo, el reformador tártaro de Crimea Ismail Bey Gaspirali (Gasprinskii) adaptó los métodos de educación europeos a los fines islámicos mediante el establecimiento de escuelas jadid9 (método nuevo), donde se combinaban las asignaturas seculares y la formación práctica con un estudio de instrucción rusa y religiosa.16 Entre los Mari, por ejemplo, un movimiento de reforma islámica reflejaba la fuerte influencia cristiana incluyendo la apropiación del discurso religioso ortodoxo.17 En general, la conversión como una política activa sufrió una excesiva dependencia de las ayudas estatales, la falta de recursos adecuados y muy pocos misioneros capacitados en las lenguas nativas.

Además, a mediados del siglo XIX, un cambio de énfasis se estaba produciendo desde la conformidad en la religión a la aceptación de la lengua rusa y otros signos de la cultura rusa como el marcador principal de la identidad imperial (rossiiskaia). Bajo Nicolás I, el Ministro de Educación, S.S. Uvarvov, dio prioridad a la religión en su fórmula tripartita del gobierno imperial: “Ortodoxia, autocracia y nacionalidad (narodnost)”. Pero cada vez más a partir de 1881, las políticas oficiales invirtieron efectivamente la secuencia. Ellos alteraron el término clave de narodnost a nationalnost y lo elevaron al primer lugar en la fórmula, seguida por “Autocracia y Ortodoxia”. Pero, la manera en que este proceso de “rusificación” podía aplicarse dependía de varios factores espaciales y temporales, que requerían una formulación plural del término.18

Los encuentros entre rusos y asiáticos causaron una serie de trastornos demográficos que, hasta hace poco, han sido relativamente descuidados. La cesión de las zonas fronterizas otomana e irania a la Rusia ortodoxa después de las guerras perdidas, y la presión implacable dentro de Rusia sobre los modos de vida sedentarios, provocó oleadas de emigración de los nómadas pastoriles de las estepas y los pueblos montañeses del Cáucaso, principalmente tártaros musulmanes y baskires pero también budistas calmucos. La política gubernamental hacia estas partidas fue inconsistente. A veces los alentaba; en otras ocasiones, intentaba ralentizarlos o frenarlos dependiendo de si priorizaba la seguridad o la estabilidad económica en las zonas fronterizas. En cualquier caso, las migraciones fueron apresuradas y desorganizadas, marcadas por duras pérdidas en vidas y la disrupción económica en las tierras que ellos abandonaban. Dondequiera que los migrantes se reubicaron, crearon inestabilidad social y conflicto étnico, especialmente en los Balcanes otomanos y Anatolia. Hubo casos de migrantes que retornaron después de que sus expectativas de una vida mejor en el extranjero fueran decepcionadas. Las migraciones internas de los nómadas de la estepa se añadieron a la mezcla de poblaciones que permanecían dentro de los imperios.

Aunque las líneas de frontera borrosas y las percepciones culturales mixtas fueron características comunes de las relaciones entre rusos y asiáticos, existían diferencias regionales significativas. Éstas reflejaban una variedad de experiencias fronterizas, cambios en las políticas gubernamentales en las zonas de frontera, respuestas locales de los pueblos asiáticos y el impacto de las dinámicas internas sobre los estados asiáticos vecinos del Imperio Otomano, Irán y China (ver figura 1).19


Figura 1. Mapa. Patrones de migración y reasentamiento a lo largo de las Cuatro Fronteras.


En el espíritu de construir regiones como “una nueva visión y una nueva división del mundo social”, este artículo identifica cuatro tipos: Pre-Ural y Siberia, la estepa póntica, el istmo caucásico y la Trans-Caspia.20


Pre-Ural y Siberia

La penetración rusa de la zona forestal pre-Ural y siberiana, a diferencia de otras, fue impulsada inicialmente por factores económicos. En el siglo XV, las tierras más allá de los Urales eran bien conocidas por los cazadores de Novgorod y Moscú en busca de pieles valiosas, especialmente la legendaria marta10. El comercio de pieles pronto dio lugar a un conflicto cultural. A partir de 1483, por primera vez, el Príncipe de Moscú trató de considerar la recaudación (collection) de pieles como tributo (iasak), mientras que los jefes tribales lo consideraban como una forma de trueque. A pesar de las diferencias de percepción, que en ocasiones llevaron a encuentros violentos, el gobierno de Moscú expandió sus expediciones. Sin embargo, antes de que la riqueza de Siberia pudiera ser explotada por completo, era necesario eliminar un bloqueo importante a la expansión oriental que suponía el khanato musulmán tártaro de Kazan, uno de los varios herederos del Gran Imperio Mongol. Aunque Iván IV proclamó que su campaña contra Kazán era una cruzada cristiana, las fuerzas de Moscú incluían a muchos tártaros y la alianza de Iván con otros grupos musulmanes como los nómades Nogay y el kanato de Crimea complicaban el escenario. La verdadera conquista de Siberia comenzó luego de la caída de Kazan a mediados de la década de 1550. Para el siglo XVII, las pieles representaban el 10 por ciento de los ingresos del gobierno de Moscú.

El kanato de Siberia fue el último de los obstáculos organizados en el camino hacia el este. Iván IV11 concedió a los Stroganovs, una familia adinerada de cazadores-mercaderes (promyshlennik), privilegios y tierras más allá de los Urales, uno de los pocos casos en los que el Estado confió a emprendedores privados la tarea de expandir el reino. Ellos emplearon una pequeña banda de cosacos12 bajo el liderazgo de Ermak, saqueador de oscuros orígenes del Don. Equipados con armas de fuego, derrotaron a los grandes ejércitos del Kan siberiano armados solo con arcos y flechas. Pero Ermak y su banda fueron asesinados poco después. Una lucha prolongada para conquistar Siberia, que llevó el resto del siglo, fue llevada a cabo por las fuerzas regulares de Moscú en tándem con los colonos campesinos rusos.

Sin embargo, el asentamiento de Siberia prosiguió lentamente a lo largo del siglo XVII, ganando impulso sólo a fines del siglo XIX. Se ha estimado que, a fines del siglo XVII, cerca de 100.000 rusos y otros extranjeros se habían establecido en Siberia. La población indígena consistía en más del doble de este número, organizados en 500 grupos tribales que hablaban 120 lenguas. La migración de Moscú fue organizada parcialmente por el Estado y en parte espontánea. La mayoría de los recién llegados eran campesinos estatales reubicados por el gobierno con un número menor de campesinos eclesiásticos, siervos fugitivos y exiliados y disidentes religiosos, como los Antiguos Creyentes, que escapaban de la autoridad estatal.21 Para 1762, la población total se había duplicado. Aunque el número de indígenas permaneció igual en el siglo XIX, en alrededor de cinco millones, su porcentaje de la población total se redujo a 14 por ciento.

La conquista era una cosa, pero la imposición de un orden administrativo racional era otra. En Siberia, las relaciones entre los promyshlenniki13 rusos estaban marcadas, a menudo, por la violencia. Pedro el Grande era implacable en la aplicación de métodos brutales para poner a los nativos bajo el dominio imperial. Los administradores locales, a gran distancia de San Petersburgo, eran notoriamente corruptos y arbitrarios. Sin embargo, estaban también preocupados de establecer límites de propiedad (property lines) e imponer categorías sociales y tribales sobre lo que les parecía ser una tierra salvaje (wilderness) caótica e indómita como otra estrategia para integrar a los nativos.22 A principios del siglo XIX, el gobierno comenzó a tomar en serio la necesidad de una reforma. En oposición a los funcionarios que deseaban tratar a Siberia como una colonia, los reformadores burocráticos lucharon por encontrar la vía de asimilación más fructífera. Entre los más destacados estaba Mikahil Speranskii, exiliado honorablemente en Siberia como gobernador general por Alejandro I para llevar el orden a este vasto reino. Speranskii redactó una reforma en 1822 que otorgó a los nativos una mayor autonomía, comparada con las aldeas y los municipios rusos, para dirigir sus asuntos locales. Fue el primero en definir oficialmente la inorodtsia (the inorodtsy), separándolos en grupos étnicos y categorizándolos como “errantes”, “nómadas” y “asentados” a lo largo de una escala evolutiva que conduce a la civilización. Los ancianos y los jefes debían ser elegidos o hereditarios, confirmados por un gobernador civil ruso, pero sólo destituidos por una causa. Hizo provisiones para que los nativos establecieran sus propias escuelas en tanto se les permitiera registrarse en escuelas rusas si así lo deseaban. Se frenó el celo misionero de la iglesia. La posesión nativa de la tierra fue legalmente garantizada. Se inició la codificación del derecho consuetudinario, lo que condujo a la Ley de la Estepa en 1847. Aunque nunca recibió sanción legal formal, fue usada para regular las relaciones legales hasta 1917. Desafortunadamente, las reformas carecieron de garantías institucionales adecuadas. Para su completa realización, dependieron de una educación en incremento y de la emergencia de una clase de “mejores” nativos que habían hecho la transición de una vida nómade a una vida establecida. El esfuerzo por hacer de Siberia una parte integral de Rusia como un medio para mejorar su rol en Asia se quedó corto cuando las olas de migración campesina inundaron a la población local a fines del siglo XIX.23

La creación del Ministerio de Dominios Estatales, en 1837, abrió una nueva fase de reforma asociada con su primer ministro, el conde P. D. Kiselev, un veterano distinguido del ejército que había organizado la reforma de los principados de Moldavia y Valaquia en la frontera danubiana del extremo occidental de Rusia. Inicialmente, la razón para organizar un asentamiento más sistemático en Siberia occidental había sido la presión sobre la tierra en la Rusia europea y la necesidad de mejorar el bienestar de los campesinos estatales. Durante su administración, cerca de 189,000 campesinos estatales fueron reasentados en Siberia Occidental. Pero la primera propuesta seria para vincular la colonización en Siberia Oriental con la política asiática llegó en la forma de un memorándum secreto del gobernador de Siberia Oriental en 1846. El mismo enfatizó que el declive de China, y la creciente presión de las potencias marítimas sobre China y Japón subrayaban la necesidad de fortalecer la posición de Rusia en el Pacífico. Recomendó reasentar a 150.000 campesinos estatales rusos a lo largo de la frontera china. Aunque Kiselev era escéptico y los obstáculos prácticos inmediatos pesaron en contra de la propuesta, había nacido la idea que floreció completamente medio siglo después bajo Sergei Witte.24

En paralelo con la reforma administrativa, el gobierno y la Iglesia Ortodoxa lanzaron una política ambiciosa de conversión de las tribus nativas en ambos lados de los Urales. La primera campaña sistemática para convertir una población conquistada fue emprendida por Iván IV luego de la conquista de Kazán. A pesar de que se ejerció presión sobre los tártaros y los bashkirs musulmanes, Iván favoreció medidas más sutiles para ganarse a las élites gobernantes tártaras mediante la distribución de recompensas y privilegios tangibles, incluidos títulos de nobleza, y permitiendo el matrimonio con familias nobles rusas. Ante las bajas respuestas del resto de la población, la presión y los castigos se incrementaron, alcanzando su apogeo en el período entre 1740 y 176414, cuando el gobierno lanzó su más violenta campaña de conversión en Kazán bajo los auspicios de la recientemente creada Agencia de Asuntos de Conversión. Se quemaron mezquitas y aumentó la resistencia entre los tártaros. Resultó más fácil ganarse a los animistas que componían la gran mayoría de los cien mil conversos reclamados por la iglesia. Catalina la Grande puso fin a esta política. Al abolir la Agencia, inauguró el período más tolerante en las relaciones de Rusia con los pueblos indígenas a todo lo largo del imperio desde el siglo XVI.25 La cooptación de los conversos al servicio del gobierno tomó varias formas. Entre los Bashkirs, fueron formadas unidades militares separadas de caballería irregular que sirvieron con especial distinción durante las Guerras Napoleónicas. Los conversos entre los tártaros del Volga jugaron un rol importante en la creación de escuelas y, más tarde, luego de la subyugación de los kanatos transcaspianos de Bukhara y Khiva, al servir como traductores (Figura 2).26 El exclusionismo étnico o racial fue un marcador cultural mucho menor en la vida social rusa, especialmente entre las clases altas, que entre los colonizadores británicos y franceses (figuras 3 y 4).



Figure 2. Bashkir Village Chief.

Photo by G. Fischer, Orenburg, 1892.




Figure 3. Dual Portrait of Kalmyk Types.

Aziatskai Rossiia, vol. 2 “Liudi i Poriaki za Uralom,” (St. Petersburg, 1914).


Figure 4. Kazakh Judges of the Semirechenskaia Oblast (West Kazakhstan) in Traditional Fur Caps with Ear Flaps, 1893.

Courtesy of Gosudarstvennoi arkhiv Rossiskoi federatsii (GARF).


Frente al problema recurrente de la apostasía tártara, un innovador acercamiento fue diseñado en la década de 1860 por un laico, Nikolai Il’minskii, profesor de lenguas orientales en la Academia Teológica de Kazan. En otro ejemplo de transferencia cultural que caracterizó las relaciones rusas con sus súbditos asiáticos, Il’minskii adoptó admirablemente parte del espíritu espontáneo e informal de las escuelas confesionales tártaras en su proyecto de traducir textos ortodoxos a lenguas nativas y reclutar conversos nativos para el clero. Sus métodos fueron los más exitosos entre los tártaros y Chuvash del Alto Volga y los montañeses paganos del Cáucaso.27 Además, cuando el gobierno amplió su definición de tolerancia religiosa en 1905, hubo un retroceso agudo en la conversión de la Ortodoxia al Islam, con 39,000 de 49,000 reportados en la provincia de Kazan.

Otro innovador en la diócesis de Siberia fue Ioann Veniaminov (Innokentii) (1797–1879), nacido y educado en Irkutsk, quien ascendió de cura párroco para convertirse en obispo de una vasta diócesis que incluía partes del este de Siberia, la Alaska rusa y finalmente fue "Metropolitano" de Moscú. Al igual que Il’minskii, su trabajo misionero estaba inspirado en la idea de ganarse la confianza de los nativos y comprender su cultura. Estableció un seminario local y utilizó sacerdotes del clero parroquial indígena ("criollos") para difundir el Evangelio. A pesar de que sus esfuerzos no alcanzaron sus objetivos, su trabajo sentó las bases para el florecimiento de la ortodoxia en Alaska después de que los rusos se fueron en 1867.28 En estos como en otros casos, sin embargo, los reformadores ortodoxos rusos lucharon por superar la resistencia de los nativos a la conversión, que éstos percibían como un instrumento de rusificación.

En el curso de su expansión en Siberia, los rusos encontraron una resistencia dispersa y débil hasta que se toparon contra los confines de China, el poder compensatorio en Asia y un enemigo mucho más formidable que las tribus nativas. Los rusos estaban entre los primeros representantes de un poder occidental en hacer contacto con el Imperio chino. Hacia 1680 una extensa incursión a ambos lados de esa frontera mal definida condujo a una guerra a gran escala. Considerablemente superados en número, los rusos obtuvieron una ventaja sobre los Qing al apoyar el último gran esfuerzo de los mongoles por crear su propio estado de Dzhungaria en el espacio entre los dos beligerantes. Por el Tratado de Nerchinsk en 1689, los rusos obtuvieron un derecho restringido a comerciar a través de la ciudad fronteriza de Nerchinsk, aunque se vieron obligados a entregar gran parte de la cuenca del río Amur. Pedro el Grande continuó los esfuerzos para expandir el comercio ruso. Luego de arduas negociaciones, los rusos obtuvieron más derechos de comercio en el Tratado de Kiakhta en 1727, nuevamente renunciando al territorio y desistir de la opción de apoyar a los mongoles Dzhungar15 que luego fueron aplastados por los Qing. A pesar de los puntos de vista chinos sobre la subordinación formal de los socios "bárbaros” del tratado a su emperador, llevaron a cabo ambos tratados con los rusos en igualdad de condiciones, sentando un precedente para las futuras negociaciones entre las potencias occidentales y China.29 Sin embargo, los rusos no fueron capaces de dedicarse a sus objetivos más amplios o expandir el comercio frente a la resistencia china. Los rusos tuvieron cuidado de no explotar el privilegio de mantener una iglesia ortodoxa en Beijing, que habían obtenido en Kiakhta, para realizar actividades misioneras. El gobierno chino consideraba que el clero residente estaba a su servicio, les otorgó un rango oficial y mantuvo relaciones diplomáticas con ellos, una situación única en la política exterior rusa.30

Los rusos tomaron ventaja del declive de los Qing luego de que la Guerra del Opio con Gran Bretaña forzara la apertura de los puertos chinos y la Rebelión Taiping sacudiera la dinastía hasta sus cimientos para presionar por el retorno de los territorios que habían abandonado en negociaciones previas. El Tratado de Pekín en 1860 restauró las regiones de Priamur y Ussuri al dominio ruso y abrió el comercio para los mercaderes rusos en las ciudades del Turquestán Occidental. El estallido de una serie de rebeliones musulmanas de 1862 a 1877 que envolvieron todo el noroeste de China abrió el camino para la intervención de Rusia.31 Inicialmente, los rusos estaban preocupados por el surgimiento de un estado musulmán poderoso en sus fronteras y la posible disrupción de las relaciones comerciales. Pero lograron un acuerdo con el líder de los rebeldes, Ya’qub Beg, que también estaba creando contactos comerciales con los británicos en la India y relaciones religiosas con el sultán otomano en la lejana Estambul16. Cuando la frontera interior rusa con Asia fue invadida por refugiados de la rebelión, amenazando la seguridad y arruinando el comercio, los rusos decidieron intervenir unilateralmente. Ocuparon el valle del río Ili y permanecieron allí por diez años para prevenir la expansión de la rebelión en su territorio. Mientras tanto, un gran debate se desató entre los líderes Qing sobre si el Turquestán Occidental (que pronto sería renombrado Xinjiang) era una colonia esteril y sin valor o un baluarte contra las amenazas rusas hacia Mongolia en el este.32. Los objetivos rusos y chinos se dirigieron a un enfrentamiento. Los chinos intervinieron, aplastaron a Ya’qub Beg y exigieron que los rusos evacuaran Ili. La guerra se evitó por poco a partir de la delimitación de la frontera. Al final, las dos partes consiguieron un acuerdo, dejando a los nómadas locales kazajos y kirguises divididos en ambos lados, como los mongoles antes que ellos.

La idea de fortalecer la posición de Rusia en Siberia Oriental experimentó un cambio radical en la década de 1880. El nuevo zar, Alejandro III (1881–1894), y sus consejeros más cercanos estaban convencidos de que su integración había adquirido una nueva urgencia en vista del crecimiento de los sentimientos regionales y la posibilidad de un renovado impulso chino para recuperar los territorios que habían perdido por el Tratado de Pekín. En manos del ministro de Finanzas, el conde Sergei Witte, la política asumió proporciones ambiciosas. La construcción de un ferrocarril transiberiano, iniciada en 1891, pero durante mucho tiempo avizorada, proporcionaría el enlace de comunicación y transporte que uniría a Siberia con el centro. Estimularía la producción de hierro y acero en Rusia, pero también aceleraría el asentamiento de la región y promovería una misión civilizadora. La propuesta de Witte de extender la línea a través de Manchuria con una conexión a Vladivostok (el Ferrocarril Oriental Chino) facilitaría la penetración económica rusa en el nivel norte de la zona fronteriza china. Pero la ocupación rusa de Manchuria durante la Rebelión Boxer (1900) y una política más agresiva de penetrar en Corea, liderada por una camarilla de aventureros cercanos al nuevo zar Nicolás II, antagonizaron a los japoneses con quienes Witte había intentado negociar una división de Manchuria y Corea en esferas de influencia. La derrota de Rusia en la guerra con Japón (1904-1905) tuvo serios efectos en el frente doméstico, desencadenando la revolución de 1905, pero solo frenó brevemente los diseños expansionistas rusos en Asia en Asia. Un nuevo factor, el creciente poder de Japón, desafió la política rusa en China durante las siguientes cuatro décadas. En el período de 1907 a 1917, sin embargo, los estadistas rusos volvieron a la política de Witte de unirse a Japón para repartirse el noreste de Asia en esferas de influencia, desde Xinjiang, donde los rusos tenían vía libre, hasta Mongolia, Manchuria y Corea. Estos acuerdos formaban parte de una política general rusa post-revolucionaria, según lo declarado por el ministro de Relaciones Exteriores A.P. Izvolskii, “para garantizar la seguridad de Rusia a lo largo de toda la extensa línea desde sus fronteras del Lejano Oriente hasta sus fronteras europeas trabajando duro por el establecimiento de una serie completa de acuerdos.”33 En vísperas de la Primera Guerra Mundial, la influencia económica y política rusa en la zona norte de las fronteras chinas alcanzó su punto cúlmine que no logró de nuevo hasta el resurgimiento de la Unión Soviética como una de las principales potencias de Asia oriental, en la primera década después de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque los rusos consideraban a Siberia como asiática, no estaban de acuerdo sobre lo que significaba para el futuro de la región. Algunos enfatizaron su separatividad. Otros la describieron en términos de interacción entre los pueblos que cruzan la línea imaginaria de los Urales: cosacos, mercaderes, cazadores, campesinos, exiliados políticos y convictos en una dirección, pueblos nómadas en la otra dirección.34 Estas visiones cambiaron con el tiempo. En el siglo XVIII, Siberia fue imaginada como un reino de recursos naturales sin explotar y una fuente de gran riqueza. Pero en el siglo XIX, el diluvio de exiliados invirtió la imagen retratando a Siberia como una vasta prisión. Al final del imperio, los puntos de vista de los funcionarios rusos oscilaban entre los temores y las aspiraciones: temores de que el separatismo hubiera adquirido un carácter político, conduciendo al crecimiento del nacionalismo siberiano, en oposición a las aspiraciones de convertir a Siberia en un modelo de desarrollo futuro para el Imperio como un conjunto.35 Lo que Siberia significaba a los ojos de sus pueblos indígenas apenas era considerado.


La estepa póntica

La subyugación de Kazan y Astrakhan abrió la posibilidad de una mayor penetración en la estepa, aunque la etapa final de ese proceso se completó sólo dos siglos más tarde. En contraste con la frontera siberiana, los moscovitas consideraron la importancia de la estepa póntica -conocida como “el campo salvaje”- como fundamentalmente estratégica, aunque no eran reacios a comerciar con los nómadas. Los nómadas eran más numerosos, mejor organizados y más competentes en las artes militares que las tribus siberianas. Un enemigo incluso más formidable, el Kanato de Crimea, vasallo del Imperio Otomano, junto con sus aliados Nogay, incursionaban cada año con profundidad en la zona forestal, quemando los suburbios de Moscú en 1571. El último gran raid Tatar-Nogay en 1633 llegó a los treinta kilómetros de Moscú, tomando decenas de miles de cautivos que fueron vendidos en Kaffa, en Crimea, el más grande mercado de esclavos de Europa en el siglo XVII.36 El problema de la seguridad se vio magnificado por el entrecruzamiento de los intereses rusos, polacos y otomanos en la región, cada lado formando alianzas temporales entre sí y los nómadas para el control de los territorios en sus fronteras.37 Los rusos respondieron a través de la construcción de fuertes y líneas fortificadas, que avanzaron a paso firme hacia la estepa para proteger a la creciente población de colonos involucrados con la agricultura. La dificultad de someter a los nómades asiáticos puede ser ilustrada poniendo el foco en los sucesivos resultados de las relaciones rusas con los Nogay, Calmucos, Basquires, Kasajos y Tártaros de Crimea.38

En la década de 1620, los Nogay ya estaban bajo presión en su flanco oriental por parte de los militantes Calmucos, que se habían convertido al budismo lamaista. Cuando Moscú rechazó su petición de protección, buscaron vanamente refugio en el Kanato de Crimea. Sospechados por los militares rusos, que intentaron relocalizarlos lejos de la inestable frontera con los otomanos, se rebelaron en 1783, después de la anexión de Crimea. Brutalmente reprimidos, muchos huyeron a las tierras otomanas, regresando luego. La política rusa de sedentarización no logró establecerlos. Expuestos a la predicación de hombres santos itinerantes, volvieron a emprender su última gran migración de 1860. Abandonando Kuban, unos 50.000 avanzaron por Crimea en su camino hacia el Imperio Otomano, perturbando a sus hermanos y contribuyendo a una mayor dislocación de la Tártaros de Crimea.39 Sólo remanentes permanecieron en Rusia, donde sobreviven en pequeños grupos hasta nuestros días.

Surgidos en el interior de Asia a principios del siglo XVII, los Calmucos golpearon a los Nogay y a los Tártaros crimeos con una fuerza tremenda. Los rusos vieron la ventaja de usarlos como aliados. Un poder militar formidable, los Calmucos también fueron cortejados por los otomanos, e incluso recibieron delegaciones de la dinastía Qing. Pero al igual que otros sistemas políticos (polities) nómades, ellos eran vulnerables al faccionalismo interno y a la intrusión en sus tierras de pastoreo de colonos protegidos por las defensas fijas de las fuertes y líneas militares rusas. En 1771, bajo la presión del gobierno de Catalina II, la mayoría de los kalmucos, unas 150.000 personas, abandonaron el territorio ruso por el Bajo Volga, dirigiéndose hacia el este, a Dzhungaria. Durante su huída perdieron dos tercios de su número y todos sus rebaños. Los 5.000 que quedaron se resistieron obstinadamente a ser sometidos a la ley y al control administrativo rusos. Tras pasar de un organismo burocrático a otro, finalmente fueron liberados de todas sus obligaciones legales y fiscales en 1892.40

Los tártaros de Crimea demostraron ser un hueso más duro de roer. Durante varios siglos, el Kanato había servido como el “Escudo del Norte” del Imperio Otomano. Garantizaron el monopolio otomano sobre el comercio del Mar Negro y defendieron la ruta norte de peregrinos desde Trans-Caspia hasta los lugares sagrados de la Arabia Otomana. Explotaron su posición estratégica para aliarse con los polacos, rusos y cosacos en las frecuentes guerras de los siglos XVII y XVIII. Aunque sus actividades agrícolas y comerciales contribuyeron a su riqueza, no pudieron renunciar a la costumbre seminómade de asaltar los asentamientos rusos. Esto les impidió colonizar las fértiles tierras negras del norte, fuera de la península. Sus líderes tribales y religiosos se opusieron a los intentos de reformar a los kanes para sentar las bases de un estado moderno. Como Estado vasallo del Imperio Otomano, eran la guardia avanzada en las muchas guerras otomanas con Rusia. Consecuentemente, los rusos consideraron todos los acuerdos con ellos como temporales y su subyugación como una necesidad estratégica. Bajo presión rusa, las grandes migraciones de los tártaros de Crimea desde su país de origen ya habían comenzado con la partida de la mayoría de las elites y fuerzas militares durante la guerra ruso-turca de 1769–1774. Por el Tratado de Kuchuk Kainardji en 1774, los rusos cortaron la conexión que enlazaba al kanato como vasallo del Imperio Otomano, facilitando su anexión en 1783. En un esfuerzo por contener la oleada de migración que siguió, Catalina extendió la tolerancia religiosa y otorgó el derecho de los príncipes tártaros (murzy), no reconocido previamente, de inscribirse en los libros de genealogía de la nobleza rusa, incluso si ellos no se convirtían al cristianismo.41 Pero el flujo continuó esporádicamente durante el siglo siguiente en relación directa con el resultado de cuatro guerras subsecuentes entre Rusia y el Imperio Otomano. Para finales del siglo XVIII, el número de emigrantes puede haber sido tan alto como entre 150,000 y 170,000. A pesar del hecho de que las unidades de caballería de Crimea pelearon lealmente en el lado ruso contra Napoleón, aumentaron las sospechas contra ellos por no ser políticamente fiables. La mayor crisis en sus relaciones con los rusos llegó durante y después de la Guerra de Crimea.

Lo que había sido un goteo de emigrantes de Crimea en 1856 repentinamente se convirtió en una salida masiva en 185917, conduciendo al éxodo de dos tercios de la población de pre-guerra. Sus motivos han sido atribuidos a políticas rusas abusivas que van desde la confiscación de tierras a la relocalización forzada. Tan temprano como en 1855, Alejandro II respondió a las indagaciones de los oficiales locales que “sería ventajoso librar a la península de esta población dañina”. Pero las exhortaciones religiosas emanadas del Imperio Otomano también jugaron un rol. A medida que el éxodo tomaba impulso, un número casi igual de cristianos del Imperio Otomano -griegos, búlgaros, armenios y montenegrinos- reemplazó a los migrantes en lo que rápidamente devino en otro episodio de la permanente transformación demográfica de ambos imperios ruso y otomano.42


El Cáucaso

Los rusos ya estaban explorando las ventajas del norte del Cáucaso bajo Iván IV, cuya segunda esposa era una princesa kabardiana. Los cosacos libres se asentaron a lo largo de los ríos Kuban y Terek, se casaron con las mujeres locales y dieron la bienvenida a los miembros de las tribus en sus filas. No estaban bajo ninguna autoridad externa e incursionaron indiscriminadamente en todas direcciones.43 Hasta el reinado de Pedro, los rusos se apartaron de la lucha principal entre los imperios otomanos e iraníes por el control del Cáucaso. Antes de lanzar su breve incursión en Irán a lo largo del flanco este de las montañas, había domesticado a los cosacos. Pero no pudo rescatar a los rebeldes cristianos de Georgia quienes, bajo su rey Vakhtang, habían pedido ayuda contra el avance otomano, dirigiéndose al zar ruso como “la lámpara indistinguible en la tumba de Cristo y la corona de los cuatro patriarcas y él mismo descendiente de David y Salomón”.44 Luego de que los rusos se hubieron retirado de Irán, sus líderes resistieron las nuevas peticiones de los asediados cristianos por temor a que el sultán pudiera desatar a los tártaros de Crimea contra su expuesta frontera póntica. Solo después de que los rusos hubieron derrotado a los otomanos y anexado Crimea, renovaron su avance bajo el liderazgo inspirado del amante de Catalina, el príncipe Potemkin. El combinó las familiares tácticas rusas de conquista contra los oponentes asiáticos, las fuerzas islámicas de los otomanos y los montañeses. Construyó líneas militares manejadas por cosacos leales y apoyó el asentamiento de colonos. Él extrajo juramentos de lealtad de los jefes locales kabardianos. Pero incluso sus esfuerzos, incluida la construcción de la carretera militar georgiana, no pudieron asegurar la región contra la presión de los otomanos por el oeste y de los iraníes que disfrutaban de una revitalización bajo el primer gobierno de la nueva dinastía Qajar, el vigoroso Aga Muhammed Shah.

Finalmente, en 1801, los rusos bajo Alejandro I tomaron Georgia bajo su protección y abolieron la dinastía gobernante. Pero, para proteger la nueva zona fronteriza, Alexander tomó la fatídica decisión de anclar el flanco oriental en Daghestan. Este fue el comienzo de un largo período de violenta resistencia a la dominación rusa en la zona de frontera, enfatizada por los levantamientos locales de osetios y georgianos, liderados por sus príncipes que operan desde un exilio iranio, y las intervenciones de las potencias otomana e irania, culminando en dos tratados, Bucarest (1812) y Gulistán (1813), los cuales aseguraron la posición de Rusia a ambos lados del istmo caucásico. Decidido a repeler “la intrusión rusa en ‘los Dominios Custodiados'18", los iraníes hicieron un último esfuerzo para recuperar sus territorios perdidos en una guerra que terminó con su expulsión del Cáucaso bajo los términos del Tratado de Turkmanchai en 1828.45 Pero los problemas de los rusos en el Cáucaso no habían terminado.

Como secuela de la guerra, unos 35,000 musulmanes suníes dejaron sus hogares para dirigirse al Imperio Otomano en otro de aquellas huidas que siguieron a una victoria rusa en el campo de batalla asiático. Junto con la arribo de 57,000 armenios de Irán y del Imperio Otomano, su éxodo redujo la población musulmana a una minoría en el sur del Cáucaso. El comandante ruso, general N.I. Paskevich, colocó a los armenios en los kanatos anexos de Erevan y Nakhichevan y, más fatídicamente, en el distrito de Karabaj, que dejó como un enclave amputado de la mayoría de las áreas armenias. Como ejemplo de la política fronteriza de Rusia de mantener divididos a los grupos étnicos en unidades administrativas separadas, el asentamiento subsecuentemente creó sentimientos amargos entre los armenios cristianos y la población musulmana (azerbaiyana). Una bomba de tiempo, que explotó periódicamente en guerras étnicas, en 1905, 1918 a 1920 y 1988.46

La conquista rusa del Cáucaso Norte probó ser más desafiante. Las políticas rusas para fortalecer la Línea Militar Caucásica erraron en dos direcciones. Alternaban entre promover y desalentar el asentamiento de campesinos y grupos religiosos disidentes, y adoptaron enfoques contradictorios a la tolerancia y represión de las costumbres y creencias religiosas de los pueblos de montaña.47 La resistencia de los montañeses tomó la forma de un movimiento musulmán militante, llamado muridismo por los rusos, inspirado por una secta sufí. Ellos pelearon una guerra santa de treinta años (ghazavat), conducida en sus últimas etapas por Sheikh Shamil, una figura legendaria, respetada y honrada incluso por los rusos, quienes lo tomaron prisionero y luego celebraron sus hazañas exhibiéndolo a lo largo de todo el país.48 Los rusos lanzaron una salvaje campaña contra los circasianos (Adyge-Cherkess), en el flanco noroeste del Cáucaso, expulsando a más de un millón de su tierra de origen. Después de importantes pérdidas, los mismos se establecieron en las provincias balcánicas del Imperio Otomano. Difíciles de asimilar, permanecieron siendo una fuerza disruptiva, participando en las masacres de Bulgaria de 1876, que llevaron a la guerra ruso-turca.49

Las rebeliones continuaron plagando la ocupación rusa de Chechenia (donde ya había habido una Gran Revuelta en 1825–1826), Ingushetia y Daghestan, la última precedida por la actividad de agentes otomanos, el temor perenne de los administradores rusos. Pocos años después de la guerra ruso-turca de 1877–1878, unos 110,000 habitantes musulmanes emigraron al Imperio Otomano desde las provincias de Kars y Ardahan, que habían sido cedidas a Rusia, seguidas por otras 30,000 de Batumi y Armenia. Alrededor de la mitad regresó. Pero su partida dio otro ímpetu a las emigraciones en gran escala de los abjasios, que pueden haber totalizado 180,000 durante las primeras ocho décadas del siglo XIX. Rusos perceptivos como el príncipe georgiano G.D. Orbelani cuestionaron la responsabilidad de los rusos. “Crimea quedó vacía, más de 200,000 circasianos dejaron el Kuban. Abjasia se queda sin población. ¿Puede todo esto ser explicado por el fanatismo?".50 La hemorragia de la población asiática continuó en la primera parte del siglo XX, cuando hasta 24,000 circasianos y otros pueblos del norte del Cáucaso solicitaron permiso para abandonar Rusia e ir al Imperio Otomano.51 En toda la larga y enredada historia de las migraciones, el gobierno ruso falló en desarrollar cualquier política consistente. Deseos de limpiar las fronteras por razones de seguridad alternaban con lamentos por los costos económicos de perder poblaciones productivas. El gobierno también evidenció contradicciones similares al tratar con las peregrinaciones de su población musulmana a los sitios sagrados en Arabia (hajj), buscando sin éxito restringir o controlar el número y la selección de rutas.52

El proceso de conversión en el Cáucaso fue complicado por dos factores: el primero era interno, el gran número de grupos etnolingüísticos comprometidos en diferentes prácticas socioculturales; el segundo era externo, la influencia compensatoria del Islam propagado por los rivales asiáticos imperiales de Rusia, el Imperio Otomano e Irán. Como resultado, las políticas rusas variaron en gran medida, desde intentos de revivir el cristianismo donde existía evidencia de su existencia previa en el Cáucaso central entre los cabardianos, osetios e ingusetios, hasta meramente contener el Islam en las montañas y en el Cáucaso oriental entre los azerbaiyanos. Además, los virreyes sucesivos del Cáucaso, figuras poderosas que a menudo estaban en desacuerdo con las autoridades centrales o incluso con la Iglesia ortodoxa, introdujeron sus propias estrategias. El mariscal de campo príncipe A.I. Bariatinskii (virrey de 1856–1862) fundó una Sociedad para la Resurrección del Cristianismo Ortodoxo en el Cáucaso. Al igual que otros reformadores en el Imperio, enfatizó la importancia en la tarea misionera de dominar las lenguas locales, al tiempo que ejercer extrema precaución en el trabajo entre los montañeses, donde una forma militante del islam estaba profundamente arraigada, o a lo largo de las fronteras otomanas e iranias. Su sucesor, el gran duque Mijaíl Nikolaevich (1863–1881), fue más cauteloso, buscó fortalecer la ortodoxia donde ya estaba fuertemente representada. Finalmente, el príncipe Dondukov-Korsakov (1882–1900), descendiente de un príncipe calmuco, se retiró aún más de los objetivos proselitistas de Bariatinskii. Ninguna de las tres políticas obtuvo muchos éxitos entre los musulmanes, y para finales de siglo, la Iglesia se vio obligada a admitir que los pueblos (villages) cristianos en las tierras altas se estaban pasando a la corriente militante del Islam (muridismo). Intentos paralelos de rusificar al clero musulmán, obligándoles a usar el ruso al aceptar funciones burocráticas, resultaron contraproducentes, encendiendo sus demandas de gran autonomía en los años de decadencia del imperio.53 Pero en el ámbito secular, la intensificación de los proyectos de rusificación cosechó resultados más amplios, aunque a menudo ambiguos.

En el Cáucaso, donde la conversión había logrado pocos éxitos, el cambio mayor en las políticas culturales del Estado después de 1881 tomó la forma de educación para la rusificación por el debilitamiento del sistema escolar parroquial local y la imposición del ruso como única lengua de la burocracia. No solo los musulmanes sino también los armenios y georgianos sufrieron las consecuencias. El Superprocurador del Santo Sínodo, Konstantin Pobedonostsev, reconoció que el cristianismo era una garantía insuficiente de lealtad al trono. Después de una visita al Cáucaso en 1886, escribió al Zar Alejandro III que “los armenios y los georgianos están buscando liberarse por sí mismos de la cultura rusa y alimentan el loco sueño de restablecer su independencia nacional”54.

La revolución de 1905, en el sur del Cáucaso, atestiguó el fracaso final del gobierno imperial ruso en la región ejemplificado por la ruptura en el orden público, la violencia étnica y el surgimiento de partidos nacionalistas entre los georgianos, armenios y tártaros. El virus de la revolución también se extendió a través de la frontera porosa con Irán. Aunque Rusia ya servía como un filtro de las ideas europeas para las élites locales, el lento goteo se había convertido en un torrente por la revolución de 1905. El problema para las autoridades era que las traducciones rusas de las obras europeas también conllevaban ideas subversivas. Estas penetraron profundamente en Asia, en el Imperio Otomano y especialmente en el Imperio Iraní, donde los trabajadores temporales migrantes en los campos petroleros de Bakú fueron expuestos por primera vez a ideas socialistas por interlocutores azeríes de habla rusa. Elementos de esta migración transfronteriza jugaron un importante rol en la revolución irania de 1907 y subsecuentemente en la fundación del Partido Comunista Iraní.55

Al mismo tiempo, la incapacidad del gobierno iraní para controlar los grandes movimientos nómades a través de la frontera dio a los rusos la oportunidad de interferir en el gobierno provincial de Azerbaiyán. Continuaron con esto favoreciendo el establecimiento de un Banco Ruso-Asiático que hizo importantes préstamos al gobierno iraní, rivalizando con la influencia británica en el país. Este fue el preludio de la partición de Irán, en 1907, en esferas de influencia entre Rusia y Gran Bretaña.


Trans-Caspio

Aunque la Gran Guerra del Norte contra Suecia (1700–1721) consumió gran parte de la energía y atención de Pedro el Grande, éste ya reflexionaba en la dimensión asiática de su vasto proyecto imperial. Una vez que la victoria en Europa parecía asegurada, despachó varias expediciones simultáneamente al Trans-Caspio y al Cáucaso. El más exitoso fue dirigido en 1718 por Artemii Volynskii, el gobernador de Astracán, quien fue instruido para explorar el Imperio Persa y obtener privilegios para los comerciantes rusos, presumiblemente como un primer paso para cortar el rentable comercio de seda y especias que, hasta cierto punto, había sido un monopolio de las potencias marítimas de Europa occidental. El interés de Pedro había sido augurado por la concesión de Ivan IV a la inglesa Muscovy Company19. El objetivo había sido desviar la Ruta de la Seda desde la ruta oceánica a una ruta interna totalmente acuática, desde el Mar Blanco a lo largo del Volga hasta el Caspio, lo cual se hizo políticamente factible solo luego de la conquista de Kazan y Astrakhan por parte de Iván. Pedro ya había puesto en marcha un proyecto a gran escala para construir canales y despejar las vías fluviales que conectan el Mar Báltico con el Volga. Los reportes de Volynskii destacaron la debilidad de la dinastía Qajar y las ricas ganancias que podrían obtenerse del comercio iraní de la seda.

Una vez que terminó la guerra con Suecia, Pedro dirigió personalmente una expedición para ocupar regiones costeras clave a lo largo de las costas oeste y norte del Caspio. Había sido convencido de actuar por la noticia de que el poder de la dinastía Qajar en Irán se estaba desmoronando bajo los asaltos de los afganos al este y los otomanos al sur. La campaña militar tuvo éxito, pero Pedro resistió el llamamiento del patriarca armenio para liberar a su rebaño (flock) del gobierno iraní y tomarlos bajo la protección rusa, por temor a incitar una guerra religiosa con los otomanos que avanzaban desde el oeste. En un patrón muy repetido en el trato con las potencias asiáticas en una frontera disputada, prefería llegar a un acuerdo con los otomanos. El Tratado de Constantinopla, en 1724, los dejó con el control sobre la población cristiana georgiana y armenia del Cáucaso a cambio del control ruso de las provincias costeras iranias. Pero los rusos se habían excedido. En unos pocos años, su posición fue completamente socavada por los ataques de montañeses del Cáucaso en sus líneas de suministro y el efecto devastador de las enfermedades en las tierras bajas infestadas de malaria, lo cual se llevó a 100.000 hombres.56

Aunque los rusos habían estado involucrados en el comercio con Asia Central durante mucho tiempo, el interés de Pedro en los kanatos de Bujara y Jiva fue desencadenado por noticias de cambios en la política esteparia y conflictos internos que debilitaban a ambos Estados. Al mismo tiempo, recibió la noticia de que los uzbecos habían desviado el río Amu Daria, desde el Caspio hasta el Mar de Aral, por miedo a la expansión rusa. La perspectiva de devolverlo a cauce original ofrecía a los rusos la posibilidad de establecer una ruta completa por agua entre el Caspio y la India sobre la que habían escrito autores antiguos. También llegaron noticias de ricos yacimientos de oro cerca de la moderna ciudad de Yarkand20 en el este de Turkestán. Envió tres expediciones bajo el mando de Alexander Bekovich-Cherkasskii, descendiente de un montañés del Cáucaso que lleva el nombre musulmán de Devlet-Girei. Al alcanzar Jiva en su tercera expedición, fue traicionado y asesinado. Les tomaría a los rusos otro siglo para conquistar los kanatos. La expedición de Pedro para explorar los campos de oro fue igualmente un fracaso, rechazada por los calmucos.57 Luego, Pedro ordenó el fortalecimiento de la Línea Militar Irtysh21, que durante mucho tiempo sirvió de frontera con los calmucos entre Siberia y Trans-Caspia. Estas incursiones profundizaron el involucramiento ruso en la política de la estepa donde, en la década de 1730, tres grandes hordas kazajas, desbancadas de su área de pastoreo en el este por los mongoles occidentales, se sumaron a la mezcla compleja de competencia de tribus nómades en la frontera sur de Siberia. Sobre la base de las iniciativas de Pedro, el gobierno envió a otro tártaro musulmán, Alexei (Muhammed) Tevkelev, para negociar con los kazajos. Su memo, posteriormente ampliado por los procónsules rusos en la región, estableció los fundamentos de la política rusa en la frontera de la estepa. Enfatizando en el valor económico de la región y la necesidad de combinar la presión militar y los incentivos materiales, junto con la manipulación de las tres principales confederaciones tribales de calmucos, kazajos y baskires, los oficiales rusos extendieron su protección a los kazajos. Pero, como en otras relaciones entre los rusos y los nómades, ambas partes malinterpretaron las promesas y las intenciones del otro. La fricción y la incomprensión condujeron a serias complicaciones para los rusos en la estepa durante la rebelión de Pugachev en el Volga en los años de 1770, lo cual en un momento amenazó la estabilidad del imperio. Además de la agitación de la política tribal interna, los rusos tuvieron que lidiar con la agitación de los mulás musulmanes, incitados en ocasiones por los clérigos de los kanatos. Fue sólo en el segundo cuarto del siglo XIX que las hordas kazajas fueron finalmente puestas bajo control ruso.58 Esto llevó a Rusia a una confrontación con los kanatos independientes de Jiva y Kokand, que reclamaban jurisdicción sobre los kazajos y les habían proporcionado un santuario en su huida a través de la porosa frontera de la estepa, y Bujara.

Tan temprano como en los años 1840 y 1850, los intelectuales rusos habían imaginado a la región como un campo de entrenamiento para el papel de Rusia como una fuerza civilizadora intermediaria entre Europa y Asia.59 Aquí había una variación respecto de la idea central siberiana de espacio eurasiático construido ideológicamente. La diferencia estaba en los medios para hacer realidad la visión. Una división entre los responsables políticos rusos, entre un partido de avanzada y un otro conservador, dio a los comandantes militares en el lugar un considerable margen de maniobra. En una serie de campañas no autorizadas, redujeron los kanatos de Kokand y Bujara al estatus de dependencias rusas para 1868. Poco después, el general K.P. von Kaufman, el futuro primer gobernador general de Turquestán, tomó nuevamente la iniciativa y lanzó un ataque contra Jiva. Su objetivo declarado era terminar con los asaltos fronterizos y el apoyo del Kan a los rebeldes kazajos. El tratado de 1873 estableció un protectorado ruso sobre Jiva, mientras que una renovación de las relaciones del tratado con Bujara conservó la ficción de un estado soberano. Hasta el final del imperio, el protectorado ruso ayudó a estimular la industria del algodón, pero trajo pocos cambios en la vida social y cultural de Bujara y Jiva. A pesar de la construcción de un ferrocarril de Asia Central, hubo pocos colonos rusos aparte de los militares. La política rusa de no intervención en los asuntos internos se tensó a veces, pero sólo se rompió al final del imperio zarista en respuesta a una revuelta en 1916.60 A pesar de su retórica civilizadora de alto vuelo, Rusia hizo poco para lograr una transformación moderna de los kanatos, que siguieron siendo colonias atrasadas.

La conversión nunca fue una opción para los procónsules rusos que administran el vasto territorio de Turquestán. El Islam había estado profundamente arraigado en las sociedades de los kanatos. Von Kaufman estableció el tono al proponer “ignorar” el Islam en lugar de hacer proselitismo o perseguirlo. Asumió erróneamente que se marchitaría cuando se enfrentara a una civilización rusa superior. Sin duda, sus tácticas estaban inspiradas en parte en sus quince años de experiencia en el Cáucaso. Para aislar a “los fanáticos”, buscó ganarse a “las mejores personas” entre los musulmanes para colaborar con su administración, sin reclutarlos en la burocracia. Prefirió dedicar su atención a proyectos culturales como liberar a las mujeres musulmanas de sus ataduras sociales más onerosas y patrocinar escuelas integradas para promover la difusión de la lengua rusa.61 Sin embargo, las leves políticas de rusificación no desarmaron a los mulás, quienes en general son considerados como los principales agitadores de las encendidas rebeliones en 1885 y 1898.

Paradójicamente, la visión optimista sufrió un gran shock, a medida que las reformas introducidas por el Manifiesto de octubre de 1905 comenzaron a afianzarse. Los musulmanes entraron a áreas de la vida pública previamente cerradas para ellos, se volvieron políticamente activos, eligieron delegados para las dos primeras Dumas, establecieron una prensa vigorosa y expandieron las actividades comerciales. Por su gran éxito, estas manifestaciones de la misión civilizadora amenazaron, a los ojos de algunos rusos, a desdibujar las líneas de distinciión entre colonizado y colonizador, entre los rusos europeos y los tártaros asiáticos. Además, los funcionarios rusos estaban empenzando a temer que fueran precisamente los movimientos de reforma progresiva en el Islam los que también alimentaran las aspiraciones de autonomía cultural y la difusión del Pan-islamismo en la región: "El peligro es que la devoción de la población nativa de Turquestán a otra potencia cause una crisis religiosa nacional", escribió el senador K.K. Palen en 1910, reportando sobre el impacto de la revolución de 1905 en la región.62 También existía preocupación de que los trabajadores rusos que llegaban al ferrocarril, principalmente campesinos pobres e ignorantes, difícilmente proporcionaran un modelo civilizador. El estallido de la guerra encendió tensiones raciales, religiosas y de género en el motín de mujeres rusas de clase baja de 1916 contra los mercaderes tártaros y en la revuelta de las masas musulmanas contra el proyecto. El dominio imperial en la región se estaba desmoronando, incluso antes de que 1917 lo derrumbara.


Volver a los límites y fronteras

Durante cuatro siglos, las élites rusas se habían representado a sí mismas como portadoras de una civilización superior, que expandía las fronteras de Europa en sus encuentros con Asia y los asiáticos dentro del imperio y en sus márgenes. Para 1914, los límites externos habían sido establecidos con el Imperio Otomano (1878), Irán (1881), China (1881) y Afganistán (1887). Pero estas líneas traicionaban una realidad más compleja. Dividían a grupos étnicos y religiosos, dejando a los armenios, kurdos, azerbaiyanos, tayikos, kazajos y mongoles en ambos lados de las fronteras internacionales, una fórmula para la inestabilidad. Además, la influencia económica y política de Rusia penetró profundamente en las provincias del norte de Irán y las zonas fronterizas del norte de China (Xinjiang, Mongolia, Manchuria). Los límites internos con los asiáticos también habían experimentado una transformación demográfica y cultural. El mayor avance de los pueblos y las prácticas europeas se había dado en la estepa póntica, donde la población nómada había sido drásticamente reducida por la emigración y la sedentarización y reemplazada por colonos de las provincias centrales de Rusia, ucranianos, griegos, búlgaros y alemanes. En otras partes, en el Pre-Ural y Siberia, el Cáucaso y la Trans-Caspia, las tácticas de asimilación a través de la conversión y rusificación solo cosecharon resultados indiferentes. Cuando el proyecto imperial colapsó, el diseño y la estructura quedaron sin terminar; su legado como representante del poder y la cultura de Europa en Asia es ambiguo; las contradicciones de su discurso autorreferencial quedaron sin resolver.


Historiografía

Las tendencias recientes en la historiografía de Rusia en Asia pueden entenderse mejor dentro de los parámetros generales de la nueva historia imperial, así como la literatura específica sobre el Imperio ruso. En ambos contextos, cambios significativos han tenido lugar en el estudio de conceptos, tópicos y comparaciones. Se han planteado preguntas sobre la naturaleza genérica del imperio y si, por ejemplo, existen mayores similitudes o diferencias entre los imperios continental y oceánico.64 Las comparaciones invariablemente estimulan la discusión sobre la utilidad del término “Orientalismo” y si Rusia compartía percepciones similares de “Oriente” con otros imperios europeos.65 La idea de un “Oriente” homogéneo ha sido rechazada, lo mismo que del concepto similar de “Occidente”. Al mismo tiempo, se han proporcionado nuevas ideas para explorar las conexiones y redes transnacionales que vinculaban a los pueblos del Imperio Ruso con otros pueblos más allá de los límites de las fronteras de los mismos valores etno-lingüísticos o religiosos.66 Un importante cambio se produjo también en la relación entre los rusos y los asiáticos dentro del imperio zarista. Una narrativa centrada en Rusia produjo una comprensión más compleja de los encuentros múltiples entre las etnicidades y religiones dominantes y subalternas del imperio, aunque inicialmente existía una tendencia a involucrarse en un acceso de modernidad.67 Grupos étnicos y religiosos específicos se han convertido cada vez más en el objeto de estudios académicos basados en archivos locales.68 La microhistoria ha hecho también su aparición en el estudio del Imperio.69 Estos trabajos han contribuido a la literatura general sobre la diversidad humana. En general, el cambio del centro a la periferia ha tenido un efecto recíproco en el estudio del centro, particularmente en el crecimiento del nacionalismo ruso en el contexto imperial. La aguda dicotomía entre imperio y nación ha experimentado un desafío significativo.70

Fuentes primarias

La mejor guía para fuentes es la Escuela online de Estudios Rusos y Asiáticos, que ofrece las mayores collecciones de archivos en Rusia y Estados Unidos, además de descripciones precisas y rigurosas de su contenido, horario de atención y para los archivos rusos los requisitos para obtener autorización. El amplio rango de oferta permitirá al investigador localizar exactamente lo que él o ella esté buscando.

Links y materiales digitales

ASEAN—Russia Summit<http://en.russia-asean20.ru/documents/>, Sochi, May 19-20, 2016.


Hathi Trust Digital Library<https://catalog.hathitrust.org/Record/000129272>. HathiTrust Research Center.


Wilson Digital Archive<http://digitalarchive.wilsoncenter.org/search-results/1/%7B%22search- in%22%3A%22all%22%2C%22term%22%3A%22Cold+War%22%7D?recordType=Collection>, Woodrow Wilson International Center for Scholars.


Russia and Eurasia: Primary Sources<http://library.stanford.edu/guides/russia-and-eurasia-find-primary-sources>, Stanford Libraries.


Russian Archives and Primary Documents<http://www.sras.org/library_russian_archives>, The School of Russian and Asian Studies.


Empire in Asia<http://www.fas.nus.edu.sg/hist/eia/documents_archive/portsmouth.php>, National University of Singapore.


H-Asia, Asian History & Studies<https://networks.h-net.org/h-asia>, H-Net Humanities and Social Sciences Online.


Lecturas para profundizar

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Notas

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3. There are several versions of the story. Cf. Larry Wolff, “‘Kennst du das Land?’ The Uncertainty of Galicia in the Age of Metternich and Fredro,” Slavic Review 67, no. 2 (2008), 294; and Langsdorff to Sainte-Aulaire, Vienna, May 6, 1836. Archives du ministère des affaires étrangères, CP. Autriche, 423, cited in Mirolslav Šedivý, Metternich, the Great Powers and the Eastern Question (Pilsen, Czech Republic: University of West Bohemia, 2013), 4.

4. N. A. Tsvytkov, “Prostranstvo i granitsy Aziatskoi Rossii,” Aziatskoi Rossiia, vol. 1, 2 vols. (St. Petersburg: Izd. Pereselencheskago upravlenii glavnago upravleniia zemleustroistva i zemledeliia, 1914), 39–44; and N. V. Turchaninov, “Naselenie Aziatskoi Rossiia. Statisticheskii ocherk” (St. Petersburg: Izd. Pereselencheskago upravlenii glavnago upravleniia zemleustroistva i zemledeliia, 1914), 64–92.

5. M.A. D’iakonov, Vlast’ moskovskikh gosudarei: Ocherk iz istorii politicheskikh idei drevnei Rusi do kontsa XVI veka (St. Petersburg: Skorokhodov, 1889), 87–88; Marc Szeftel, “The Title of the Muscovite Monarch up to the End of the Seventeenth Century,” Canadian-American Slavic Studies 13 (1979), 71–72.

6. Michael Cherniavsky, “Khan or Basilieus: An Aspect of Medieval Russian Political Theory,” Journal of the History of Ideas, 20, no. 4 (October–December 1959), 459–496; Michael Khodarkovsky, Russia’s Steppe Frontier. The Making of a Colonial Empire, 1500–1800 (Bloomington: Indiana University Press, 2002), 34–45.

7. Richard Wortman, Scenarios of Power: Myth and Ceremony in Russian Monarchy, vol. 1 (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1995), 42–43.

8. John W. Slocum, “Who, and When, Were the Inorodtsy? The Evolution of the Category of ‘Aliens,’ in Imperial Russia,” The Russian Review, 57 (April 1998), 173–190.

9. Austin Jersild, Orientalism and Empire: The North Caucasus Mountain Peoples and the Georgian Frontier, 1845–1917 (Montreal, Quebec: McGill and Queens University Press, 2002), 59–89; and Vera Tolz, Russia’s Own Orient: The Politics of Identity and Oriental Studies in the Late Imperial and Early Soviet Periods (Oxford: Oxford University Press, 2011), 7–9, 51–57, 125–131.

10. For the original school see Nicholas Riasanovsky, “The Emergence of Eurasianism,” California Slavic Studies 4 (1967), 39–72. For the post-Soviet revival Ilya Vinkovetsky, “Classical Eurasianism and Its Legacy,” Canadian-American Slavic Studies 34 (2000), 125–140; and Mark Bassin and Gonzalo Pozo (eds.), The Politics of Eurasianism: Identity, Popular Culture and Russian Foreign Policy (London: Rowan and Littlefield International, 2017).

11. Willard Sunderland, “What Is Asia to Us?” Scholarship on the Tsarist “East” since the 1990s,” Kritika: Explorations in Russian and Eurasian History 12, no. 4 (fall, 2011), 818–833. See also the discussion in “Married Hybridity:Language of Diversity,” eds. Ilya Gerasimov, Sergey Glebov and Marina Mogilner, Ab Imperio, no. 1 (2016), 27–177.

12. Adeeb Khalid, “Russian History and the Debate over Orientalism,” Kritika 1, no. 4 (fall 2000), 691–700; and Jeff Sahadeo, Russian Colonial Society in Tashkent, 1865–1923 (Bloomington: Indiana University Press, 2007), 5–6, 12–13, and passim.

13. Alexandre Bennigsen and Chantal Quelquejay, Les movements nationaux chez les musulmans de Russie (Paris, the Hague: Mouton, 1960), 28–32.

14. Agnès Nilüfer Kefeli, Becoming Muslim in Imperial Russia: Conversion, Apostasy, and Literacy (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2014), 26–27, 58–59, 178–181, 204–209.

15. Robert Geraci, “Russian Orientalism at an Impasse: Tsarist Education Policy and the 1910 Conference on Islam,” in Russia’s Orient. Imperial Borderlands and Peoples, 1700–1917, ed. Daniel R. Brower and Edward J. Lazzerini (Bloomington: Indiana University Press, 1997), 140.

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17. Paul Werth, “Big Candles and ‘Internal Conversion:’ The Mari Animist Reformation and Its Russian Appropriations,” in Geraci and Khodarkovsky, Of Religion and Empire: Missions, Conversion, and Tolerance in Tsarist Russia (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2001), 160–172.

18. Andreas Kappeler, “The Ambiguities of Russification,” Kritika 5, no. 2 (Spring 2004), 291–298; and Alexei Miller, “Russification or Russifications?” in Miller, The Romanov Empire and Nationalism (Budapest: CEU Press, 2008), 45–66.

19. For a more extended treatment see Alfred J. Rieber, The Struggle for the Eurasian Borderlands: From the Rise of Early Modern Empires to the End of the First World War (Cambridge, U.K.: Cambridge University Press, 2014), especially 5–78.

20. Pierre Bourdieu, “Elements for a Critical reflection on the Idea of Region,” in Language and Symbolic Power, ed. Pierre Bourdieu (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1991), 223.

21. V. M. Kazbuzan and S. M. Troitskii, “Dvizhenie naseleniia Sibiri v XVIII v.” in Sibir XVII–XVIII vv. Materialy po istorii Sibiri perioda feodalizma (Novosibirsk: Otdel sibirskogo otdeleniia ANSSSR, 1962), 146, 150, and Tables 3 and 4.

22. Valerie Kivelson, “Claiming Siberia. Colonial Possessions and Property Holding in the Seventeenth and Early Eighteenth Centuries,” in Peopling the Russian Periphery, ed. Nicholas B. Breyfogle, Abby Schrader, and Willard Sunderland (New York: Routledge, 2007), 21–38.

23. Marc Raeff, Michael Speransky. Statesman of Imperial Russia (2d rev. ed.) (Westport, CT: Hyperion Press, 1990), 274– 278.

24. François Xavier Coquin, La Sibérie. Peuplement et immigration paysanne au XIXe siècle (Paris: Institut d’études slaves, 1969), 151–153, 156, 462 ff.

25. Michael Khodarkovsky, “The Conversion of Non-Christians in Early Modern Russia,” in Of Religion and Empire, ed. Robert P. Geraci and Michael Khodarkovsky (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2001), 120–123, 132–139.

26. “Bashkiry,” in N. V. “Nagai” Entsiklopedicheskii slovar’, vol. 5 (St. Petersburg: F.A. Brokgaus and I.A. Efron, 1891), 232–233.

27. Wayne Dowler, Classroom and Empire: The Politics of Schooling Russia’s Eastern Nationalities, 1860–1917 (Montreal, Quebec: McGill-Queen’s University Press, 2001), 45–46 and passim. “To make our arguments accessible to the Tatars,” Il’minskii wrote, “we cannot clothe them in the garb of our own Christian concepts and history. On the contrary, wemust adopt a Muslim perspective, accepting its religious worldview and conceptions of the past.” Cited in David Schimmelpenninck van der Oye, Russian Orientalism. Asia in the Russian Mind from Peter the Great to the Emigration (New Haven, CT: Yale University Press, 2010), 131.

28. Ilia Vinkovetsky, Russian America. An Overseas Colony of a Continental Empire, 1804–1867 (New York: Oxford University Press, 2011), 154–180.

29. Peter C. Perdue, China Marches West. The Qing Conquest of Central Eurasia (Cambridge, MA: Belknap, 2005), 164– 173.

30. G. V. Melikov and V. N. Ponomarev, “Rossiia i Kitai na Da’lnem Vostoke. Popytki ustanovit’ kontakty s Iaponei,” in Istoriia vneshnei politiki Rossii. Pervaia Polovina XIX veka, ed. O.V. Orlik et al, (Moscow: Mezhdunarodnye otnosheniia, 1999), 252–261.

31. Hodong Kim, Holy War in China: The Muslim Rebellion and the State in Chinese Central Asia, 1864–1877 (Stanford University Press, 2004), 141–157.

32. C. Y. Hsü, “The Great Policy Debate in China, 1874: Maritime Defense versus Frontier Defense,” Harvard Journal of Asian Studies 215, (1964–1965), 22–28.

33. A. V. Ignat’ev, Vneshniaia politika Rossiia v 1905–1907 gg. (Moscow: Nauka, 1986), 147–157, 172–180; quotation on p. 112.

34. Mark Bassin, “Inventing Siberia: Visions of the Russian East in the Early Nineteenth Century,” American Historical Review 96, no. 3 (1991), 766–777; Yuri Slezkine, Arctic Mirrors: Russia and the Small Peoples of the North (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1994).

35. A. V. Remnev, Samoderzhavie i Sibir’: Administrativnaia politika v pervoi polovine XIX v. (Omsk, Russia: Izd. Omskogo Universiteta, 1995); and Alberto Masoero, “Territorial Colonization in Late Imperial Russia: Stages in the Development of a Concept,” Kritika. Explorations in Russian and Eurasian History 14, no. 1 (Winter, 2013), 59–92.

36. A. A. Novosel’skii, Bor’ba moskovskogo gosudarstva s tatarami v pervoi polovine xii veka (Moscow: Akademiia nauk, 1948), 214–218, 426.

37. A. B. Kuznetsov, “Rossiia i politika Kryma v vostochnoi Evrope v pervoi treti XVI veka,” in Rossiia, Pol’sha i prichernomor’e v XVI–XVII vv, ed. B. A. Rybakov (Moscow: Nauka, 1979), 62–70.

38. For the following, see Michael Khodarkovsky, Russia’s Steppe Frontier: The Making of a Colonial Empire, 1500–1800 (Bloomington: Indiana University Press, 2002), 126–146; and Willard Sunderland, Taming the Wild Field: Colonization and Empire on the Russian Steppe (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2007), 55–96.

39. Brian Glyn Williams, “Hijra and Forced Migration from Nineteenth Century Russia to the Ottoman Empire,” Cahiers du Monde russe 41, no. 1 (January–March, 2000), 94–98; and Brokgauz and Efron, Entsiklopedicheskii slovar,’ vol. 39, 421–422.

40. Michael Khodarkovsky, Where Two Worlds Met: The Russian State and The Kalmyk Nomads, 1600–1771 (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1992), 133–146.

41. L. N. Petrov (comp.) Istoriia rodov russkogo dvorianstva (St. Petersburg: German Goppe, 1886), 210–222, provides family trees for the descendants of the Crimean and Siberian khans as well as biographies of converted Muslims who were entered into the official genealogy of the Russian nobility including such well-known families as the Princes Iusopov, Urusov, Kantemir and Cherkassky. A. Romanovich–Slavatinskii, Dvorianstvo v Rossii ot nachala XVIII do otmeny krepostnago prava. (St. Petersburg: Ministry of Interior, 1870), 111.

42. Mara Kozelsky, “The Crimean War and the Tatar Exodus,” in Russian Ottoman Borderlands, ed. Lucien J. Frary and Mara Kozelsky, The Eastern Question Reconsidered (Madison, WI: University of Wisconsin Press, 2014), 165–192, quotation on p. 176.

43. Thomas M. Barrett, At the Edge of Empire. The Terek Cossacks and the North Caucasus Frontier, 1700–1860 (Boulder, CO: East European Monographs, 1999), 19–20.

44. S. M. Solov’ev, Istoriia Rossii s drevneishikh vremen, vol. 18 (Moscow: Golos Kolokol, 1998), 444.

45. The phrase, which came from one of the great works of Iranian epic poetry, became almost “a slogan for the defense of the homeland.” Abbas Amanat, “‘Russian Intrusion into the Guarded Domain’: Reflections of a Qajar Statesman on European Expansion,” Journal of the American Oriental Society 113, no. 1 (January–March 1995), 39–41.

46. Tadeusz Swietochowski, Russia and Azerbaizhan:. A Borderland in Transition (New York: Columbia University Press, 1992), 9, 40, 193–194.

47. Nicholas B. Breyfogle, Heretics and Colonizers: Forging Russia’s Empire in the South Caucasus (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2005).

48. Thomas M. Barrett, “The Remaking of the Lion of Daghestan: Shamil in Captivity,” in Russian Review 53, no. 3 (July 1994), 353–367.

49. Kemal Karpat, Ottoman Population, 1830–1914: Demographic and Social Characteristics (Madison, WI: University of Wisconsin Press, 1985), 65–70; and Mark Pinson, “Ottoman Colonization of the Circassians in Rumelia after the Crimean War,” Études balkaniques 3 (1972), 71–85.

50. Candan Badem, ‘“Forty Years of Black Days’? The Russian Administration of Kars, Ardahan, and Batum, 1878– 1918,” in Russian-Ottoman Borderlands, ed. Lucien J. Frary and Mara Kozelsky (Madison: University of Wisconsin Press, 2014), 229; and B. G. Hewitt, “Abkhazia. A Problem of Identity and Ownership,” in Transcaucasian Boundaries, ed. Richard N. Schofield, John F. R Wright, and Suzanne Goldenberg (New York: St. Martin’s Press, 1996), 200.

51. Tragicheskie posledstviia kavkazskoi voiny dlia Adygov. Vtoraia polovina XIX-nachalo xx veka. Sbornik dokumentov i materialiov (Nal’chik: Izdat. Tsenr ‘El-Fa’, 2000), 272–288, 397, document nos. 153–163, 203 239.

52. Eileen Kane, Russian Hajj: Empire and the Pilgrimage to Mecca (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2015).

53. Firouzeh Mostashari, “Colonial Dilemmas: Russian Policies in the Muslim Caucasus,” in Of Religion and Empire, ed. Robert P. Geraci and Michael Khodarkovsky, 229–249.

54. Konstantin Pobedonostsev i ego korrespondenty. Pis’ma i zapiski, vol. 2 (Petrograd: Gosizdatel’stvo, 1923–1926), 113–117.

55. Audrey Alstadt, “Muslim Workers and the Labor Movement in Pre-War Baku,” in Turkic Culture: Continuity and Change, ed. S. M. Akural (Bloomington: Indiana University Press, 1987), 83–91; and Cosroe Chaqueri, The Soviet Socialist Republic of Iran, 1920–1921: Birth of the Trauma (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1995), which estimates that from 20 to 50 percent of males in northern Iran between the ages of twenty and forty ended up working for some period of time across the border, mainly in the south Caucasus, 24–25.

56. Murial Atkin, “Russian Expansion in the Caucasus to 1813,” in Russian Colonial Expansion to 1917, ed. Michael Rywkin (London: Mansell, 1988), 151.

57. V. V. Bartol’d, Istoriia izucheniia Vostoka v Evrope i v Rossii (St. Petersburg, 1911), 178–182. Much of this information came from Swedes serving in the Russian forces who were taken prisoners of war.

58. Khodarkovsky, Russia’s Steppe Frontier, 146–183.

59. Seymour Becker, “Russia between East and West: The Intelligentsia, Russian National Identity, and the Asian Borderlands,” Central Asian Survey 10, no. 4 (1991), 47–64.

60. Seymour Becker, Russia’s Protectorates in Central Asia: Bukhara and Kiva, 1865–1924 (London: Routledge Curzon, 2004) is more sanguine.

61. Daniel Brower, Turkestan and the Fate of the Russian Empire (London: Routledge-Curzon, 2003), 31–43.

62. Alexander Morrison, Russian Rule in Samarkand, 1868–1910: A Comparison with British India (Oxford: Oxford University Press, 2008), 53–55, 75–76, 87, 119, quotation on p. 75.

63. Jeff Sahadeo, Russian Colonial Society in Tashkent, 1865–1923 (Bloomington: Indiana University Press, 2007).

64. Jane Burbank and Frederick Cooper, Empires in World History: Power and the Politics of Difference (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2010.

65. See the debate between Adeeb Khalid, Nathaniel Knight, and Maria Todorova, “Ex Tempore: Orientalism and Russia,” Kritika, Explorations in Eurasian History 1, no. 4 (2000), 691–728.

66. For example, Uyama Tomohiko (ed.) Asiatic Russia: Imperial Power in Regional and International Contexts (London: Routledge, 2011); and Eileen Kane, Russian Hajj: Empire and the Pilgrimage to Mecca (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2015).

67. For criticisms see Jane Burbank, Mark von Hagen, and Anatoly Remnev (eds.), Russian Empire: People, Space, Power, 1700–1930 (Bloomington: Indiana University Press, 2007).

68. See for example, Robert Geraci, Window on the East: National and Imperial Identities in Late Tsarist Russia (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2001); and Paul Werth, At the Margins of Orthodoxy: Mission, Governance, and Confessional Politics in Russia’s Volga-Kama Region, 1827–1905 (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2002).

69. Stephen M. Norris and Willard Sunderland (eds.), Russia’s People of Empire: Life Stories from Eurasia, 1500 to the Present (Bloomington: Indiana University Press: 2012).

70. Stepan Berger and Alexei Miller (eds.) Nationalizing Empires (Budapest: The Central European University Press, 2016).

1Historiador estadounidense, especializado en Historia de Rusia, 93 años actualmente (2024), docente de las Universidades de Chicago, Columbia, etcétera. Escribió su tesis doctoral en los años 40 sobre Stalin y el PCFrancés. N.delT.

2Ministro de Relaciones Exteriores del Imperio Austríaco. N.delT.

3Distrito de Viena, Austria. N.delT.

4Los pueblos que actualmente se refieren a Rusia, Ucrania y Bielorrusia principalmente. N.delT.

5O raskólniki. N.delT.

6Zarato de Rusia. N.delT.

7Los tártaros son un conjunto de pueblos túrquicos que habitan actualmente en regiones de Rusia, Ucrania, Crimea, Turquía, Europa del Este, Asia Central, etcétera. "La procedencia de los tártaros también es incierta, pero hay tres teorías principales. Por un lado, la teoría bulgarista afirma que estos pueblos ya vivían en la Bulgaria del Volga, en la actual Rusia, desde el siglo VIII, y los pueblos vecinos los apodaron así. Bajo esa óptica, serían autóctonos de la región rusa de Tartaristán. Por otro lado, la teoría tártaro-túrquica considera que surgieron en el siglo VI y recibieron influencias de etnias túrquicas y del Imperio mongol. Por último, la teoría tártaro-mongola considera que los tártaros y los mongoles eran tribus nómadas de Asia Central que invadieron la actual Tartaristán. Con todo, estudios genéticos han demostrado que las distintas poblaciones tártaras, como los del Volga o los de Crimea, tienen orígenes diferentes." (El Orden Mundial, https://elordenmundial.com/quienes-son-tartaros/). N.delT.

8Catalina II de Rusia, emperatriz y zarina desde 1962 a 1796. N.delT.

9El jadidismo se refiere a un movimiento de reformas y modernización del islam dentro del Imperio ruso a fines del siglo XIX y principios del XX. N.delT.

10La famosa marta cibelina, habitante del sur de Rusia desde los Urales hasta Siberia y Mongolia. N.delT.

11Ivan El Terrible (1530-1584), gran príncipe de Moscú y el primero en ser proclamado zar de Rusia desde 1547. "Su reinado vio la finalización de la construcción de un estado ruso administrado centralmente y la creación de un imperio que incluía estados no eslavos." (Enciclopedia Británica). N.delT.

12Cuando hablamos de cosacos hablamos de un pueblo nómade, literalmente (kasak en lenguas túrquicas: "hombres libres"), establecidos al sur de Rusia y que "han tenido un papel clave en las guerras y en la formación del Estado ruso. Mediante una larga transformación de una explosiva mezcla de grupos de aventureros y buscadores de libertad con las tribus que habitaban las estepas entre los mares Negro y Caspio nació una casta militar que a juicio de muchos extranjeros que la vieron “en acción” fue una caballería única e incomparable en el mundo" de acuerdo a lo que nos dice Ecured, que también aclara que: "El origen étnico de los cosacos es aún una cuestión en estudio, pero en cualquier caso con el tiempo entre ellos empezó a predominar la etnia eslava y la religión cristiana ortodoxa."

13Comerciantes y tramperos rusos (Enciclopedia Británica). N.delT.

14Aquí ya estamos en la época del Imperio Ruso (sucesor del Zarato Ruso, con continuidad en el poder de la familia/dinastía Romanov desde 1613) a partir de noviembre de 1721 cuando el Senado Ruso confirió el título de emperador a Pedro I. N.delT.

15Se trata de los Zúngaros: "Dzungar, pueblo de Asia Central, llamado así porque formaba el ala izquierda(dson, "izquierda"; gar, "mano") del ejército mongol. Pueblo mongol occidental cuyo hogar era el valle del río Ili y el Turquestán chino, adoptaron el budismo en el siglo XVII." (Enciclopedia Británico). N.delT.

16Dice la Enciclopedia Británica de este señor: "Yakub Beg (nacido en 1820 en Pskente, Kokand [actualmente en Uzbekistán]-muerto el 16 de mayo de 1877 en Korla [actualmente en la región autónoma uigur de Xinjiang, China]) Aventurero musulmán de ascendencia tayika o uzbeka que entró en el noroeste de China en 1864 y, mediante una serie de maniobras militares y políticas, aprovechó los levantamientos antichinos de sus habitantes musulmanes para establecerse como jefe del reino de Kashgaria (con sede en Kashgar). Al expandirse hacia el norte, en la zona del actual Xinjiang, atrajo la atención del sultán otomano, que nombró a Yakub emir de Kashgaria.". N.delT.

17Respecto de la "Guerra de Crimea" (1853-56) dice la Enciclopedia Británica que fue "librada principalmente en la península de Crimea entre rusos y británicos, franceses y turcos otomanos ... La guerra surgió del conflicto de las grandes potencias en Oriente Próximo y fue causada más directamente por las exigencias rusas de ejercer protección sobre los súbditos ortodoxos del sultán otomano. Otro factor importante fue la disputa entre Rusia y Francia sobre los privilegios de las iglesias ortodoxa rusa y católica romana en los lugares santos de Palestina". N.delT.

18Los dominios vigilados o custodiados de Irán. "Esta frase fue utilizada desde principios del siglo XVI para describir los dominios territoriales de los reyes safávidas que fomentaron la unidad nacional irania, centrada alrededor del cuerpo literario y la lengua persa, así como el chiísmo duodecimano. Bajo el reinado de Agha Muhammad Shah Qajar y sus sucesores, el término volvió a utilizarse para legitimar la dinastía Qajar y fomentar un nuevo sentimiento de nacionalismo iraní." https://www.wallacecollection.org/. N.delT.

19Cuenta la Enciclopedia Británica que la Compañía fue creada en 1555 por Sebastián Cabot y otros mercaderes de Londres a quienes les concedieron el monopolio del comercio con Rusia. Además de exportar lana, metales y productos mediterráneos a cambio de cáñamo, sebo y otros productos rusos, la Compañía se había planteado como objetivo facilitar las conexiones con China y las Indias Orientales por el Paso del Noreste, es decir, desde el Atlántico al Pacífico a través de todas las costas de Rusia. N.delT.

20Hoy esta ciudad-oasis uigur pertenece a la prefectura de Kasgar en Xinjiang, China occidental. N.delT.

21Nos dice el diccionario Collins que el río Irtish de Asia Central (de una extensión de unos 4500 km), nace en las montañas Altai chinas y corre hacia el oeste a través de Kazajistán y luego el Noroeste de Rusia para unirse con el río Obi como su principal tributario. N.delT.


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